El día que el indio bajo de El Alto


                
Si bien los levantamiento populares de Bolivia se extendieron entre el 2000 y el 2008de diversas maneras y con diversos protagonistas, octubre del 2003, la llamada “Guerra del Gas”, marcó un hito en la historia Sudamericana. Un breve intento de reconstruir la historia y las claves de esas fechas.

Por Tomas Astelarra y Matías Pujol para la revista Sudestada. Fotos Colectivo a Pedal


“Ahí va, es una serpiente que cambia de piel”
El Culebrón Timbal

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Las fechas a veces son anecdóticas y los movimientos sociales no tienen rostro ni forma de explicarse desde afuera o en la figura de algún líder, sindicato, o en las transformaciones políticas que generan sus exabruptos. Aquel 13 de octubre del 2003 la foto mostraba al presidente más “gringo” de la historia de Bolivia salir huyendo en avión a Estados Unidos, donde aún permanece refugiado como premio al intento de imponer durante una década el decálogo de reformas conocidas como el “Consenso de Washington”. No funcionó. Después de 65 muertos y un bloqueo que recordara las hazañas de Bartolina Sisa y Tupak Katari, el pueblo aymara había arrinconado nuevamente al poder firmando el certificado de defunción de las políticas neoliberales en un proceso que culminaría en el 2005 con la asunción del primer presidente indígena de América Latina. ¿Dónde quedaron los protagonistas? ¿cuáles eran sus verdaderas motivaciones? ¿están conformes con el resultado? ¿en que momento los héroes anónimos volverán a dejar las leyendas orales y las páginas de los manuales de historia (oficial o no) para volver a poner en jaque nuestra visión del mundo? Apenas quedan mosaicos, vagos recuerdos y análisis con los que retratar esos momentos en que la escala ritcher de la sociedad alcanza sus mas altos niveles de expresión.
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Raquel Gutierrez es mexicana, licenciada en Matemáticas, doctora en Sociología, los veinte años que vivió en Bolivia incluyen su paso por el Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK) en los ochentas y el grupo intelectual Comuna en los noventas, ambas experiencias junto al actual vicepresidente del país, Álvaro García Linera. En su libro Los Ritmos del Pachakuti (Ed. Tinta Limón) asume el riesgo intelectual de describir el horizonte interior de los levantamientos. “Yo no juzgo desde lo fáctico sino desde los deseos más profundos que estaban en juego. Parto de la existencia de un horizonte comunitario popular que se expresó entre el 2000 y 2005 y tuvo uno de sus puntos más significativos en el 2003. Este horizonte popular tiene dos grandes contenidos: una voluntad reapropiadora de la riqueza material y otro que es una cuestión de un contenido político muy claro: es necesario deliberar de otra manera los fines que como sociedad podemos proponernos. Era una ambición de recomponer los términos de lo político”, explica.
Su compañero de Comuna y ex constituyente, Raúl Prada, agrega: “lo que ha ocurrido del 2000 al 2005 ha sido un movimiento de movimientos, es decir una movilización de carácter prolongado, un concepto parecido al de Mao de guerra prolongada. En el caso del movimiento del altiplano recoge la memoria larga indígena que es la guerra anticolonial desde el siglo XVIII. Hubo una potencia social que emergió interpelando al estado y a la sociedad boliviana a partir no de matrices ideológicas sino como una sociedad a un estado del que ya no cree. Son movimientos que están buscando una crisis profunda del Estado-Nación, no solamente en Bolivia sino en Ámerica Latina. Un Estado-Nación que se ha construido sobre cementerios indígenas desde Argentina hasta Alaska”, explica.
Además de las fuerzas aymaras del altiplano lideradas por Felipe Quispe, ex líder del EGTP y en ese entonces Secretario General de la poderosa Confederación Sindical Única de Trabajadores del Campo Boliviano (CSUTCB), en Cochamaba un denso conglomerado de organizaciones sociales urbanas y semirurales se unía en la Coordinadora del Agua (luego transformada en Coodinadora del Gas), liderado por Oscar Olivera, de la Federación de Fabriles. Poquito más al noreste, adentrándose en la selva amazónica, había surgido desde los ochentas el movimiento cocalero liderado por Evo Morales. Una base social integrada por colonos indígenas, migrantes expulsados de las minas y las ciudades por causa de las reformas neoliberales de los 80, y del campo altiplánico, o a causa de la sequía impuesta por el calentamiento global. Pequeños agricultores que, a pesar de la estigmatización del gobierno local y de los Estados Unidos, con una lógica simple, avocaron su producción a la siembra del cultivo más rentable: la hoja de coca. Como bien explica Gutierrez en su libro, estas tres corrientes sociales sumarían fuerzas a lo largo de los levantamientos con diferentes estrategias, horizontes internos y sobre todo, encuentros y desencuentros que marcarían su destino y el del país.

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Desde la conquista la resistencia aymara parece ir sacudiendo el esquema civilizador en olas de lo que la tradición de los sabios andinos llama Pachakuti, cambio de era. Como una serpiente bajo el filo de un machete, cumpliendo la profecía del regreso de Tupak Amaru, una y otra vez las sublevaciones indígenas reprimidas volverán a cambiar de piel. El mismo siglo XX arrancará con la rebelión de Zarate Willka que en 1899 impulsa en Oruro la fundación de un gobierno comunal nombrando al indio Juan Lero como presidente y proclamando “la restitución de tierras a sus dueños originarios” y “declarando la guerra contra las corruptas minorías dominantes”. Son también revueltas populares las que darán pie a la revolución de 1952 en que el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) de Víctor Paz Estensoro realizará la reforma agraria e implantará el voto y la educación universal para la población indígena. Entretejiendo alianzas y desencuentros con partidos políticos, sindicatos, intelectuales de izquierda y hasta dictadores militares, el movimiento indígena irá conformando una experiencia y un pensamiento que en los setentas dará forma al katarismo, corriente que prioriza el movimiento indígena sobre otras corrientes sociales. Sus fuerzas clandestinas incidirán en el derrocamiento de la dictadura de Hugo Banzer en los ochentas.
“Nosotros nos hemos frustrado con la democracia en 1982. El gobierno del MNR, de Estensoro, va  a privatizar nuestras instituciones estratégicas. Ahí se comienza la organización del EGTK. Muchos fuimos a la cárcel. Han pensado que nos habían destruido, pero habíamos formado miles, y esos miles habían comenzado a tomar otro rumbo. Nos damos cuenta que hay que trabajar, no clandestinamente, unos cuantos, sino con la gente, con los dirigentes, con las bases, y eso nos ha servido para aprender que la fuerza había estado en el pueblo”, afirma Eugenio Rojas, actual senador, ex alcalde de Achacachi y activista durante los levantamientos de principios del siglo XXI. “Eso se prepara en mucho tiempo, comprender que nosotros, indígenas originarios, sobre todo discriminados, no tenemos facultades, derechos, no somos dueños. El censo del 2001 revela un 62% indígena, nos decimos: ¿porque no nos podemos gobernar si somos dueños, somos originarios, somos mayoría? ¿Hasta cuando nos vamos a prestar?”.

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“El año 2000 amaneció con nubarrones negros en el horizonte andino, lo que la prensa del mundo indígena calificó como la “Tempestad Indígena en las montañas del Qhanti”, al gran levantamiento y triunfo del Pueblo qhichwa-aymara en Cochabamba y Jach´ak´achi, contra el gobierno neoliberal de Hugo Banzer, que en vez de cumplir los compromisos contraídos prefiere afilar cuchillos para pasar a degüello a sus enemigos ¿Quiénes son sus enemigos? Nosotros los que padecemos la pobreza, el hambre y la muerte por inanición. Esa tempestad fue el escenario de la derrota de Aguas del Tunari, una empresa transnacional usurera, favorecida por el gobierno y defendida por las FF.AA. de Bolivia”, dice el Manifiesto de Achacachi del 9 de abril de 2001.

Achacachi o Jach´ak´achi, en la región de Omasuyos, colindante con el lago Titikaka, es llamada “la capital aymara”. Desde ahí Quispe llama a Banzer a dialogar “de presidente a presidente” en medio del bloqueo. El gobierno prefiere declarar estado de sitio y reprimir, apresar al líder, y asesinar a Ramiro Quispe y Hugo Aruquipa.
“Los bloqueos, las huelgas, son los únicos instrumentos que podemos usar. Siempre nos han reprimido con sus aparatos de gobierno, han arreglado a los dirigentes, algunos los han hecho desaparecer. En Abril del 2000 realizamos una gran movilización masiva que no acata el estado de sitio y ha habido un enfrentamiento fuerte. El agua no debía ser mercantilizada, son nuestros derechos, queríamos ser tratados como personas”, cuenta Bernabé Pancara, comunario de Omasuyos. En el levantamiento se quema la alcaldía, la prefectura, el puesto de tránsito y la cárcel, se queman la boletas de tránsito y otros documentos, se libera a los presos y se invade el hospital para secuestrar al teniente Omar Tellez y ajusticiarlo en la plaza principal. Recién en el 2004 se pudieron restituir algunas autoridades que a partir de ese entonces son elegidas bajo criterios comunales. Durante cuatro años, Achacahi vivió en estado de autogobierno, negándose a pagar impuestos.

“Hemos arrasado con todos los estamentos estatales. Solo el alcalde quedo porque era de nuestra gente, nos ayudaba. Entonces montamos nuestro propio gobierno y funcionó muy bien. No había ladrones, nada, aplicábamos nuestra propia ley, justicia comunitaria, pena de muerte, y entonces nadie quería robar. No se pagaba nada, y la cárcel estaba cerrada. La bandera boliviana no flameaba sino la whipala”, cuenta Felipe Quispe.
Cuando la prestigiosa periodista Amalia Pando le pregunta al líder aymara el porque de tanta violencia, el papacho respondió: “Porque que no quiero que mi hija sea tu sirvienta”.

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En Septiembre del 2001 el ejército asesina al campesino Ramón Perez, en octubre cae Nilda Escobar Aguilar, en noviembre el presidente Jorque Quiroga (reemplazante de Banzer) declara ilegal la coca del Chapare, en enero del 2002 el diputado Evo Morales es expulsado del congreso por incitar la violencia. Había sido electo en 1997 con un 60% (el candidato más votado proporcionalmente). Tras numerosos bloqueos y marchas conocidos como “La Guerra de la Coca”, se firma un acuerdo con el gobierno en febrero del 2002. El acuerda molesta a Quispe que se mantiene en pie de guerra ante la posibilidad de acabar de una vez por todas con el estado e implantar una nueva nación aymara, la reconstrucción del Collasuyo. “En ese momento dividido el movimiento indígena, mucho depende de los lideres en pensar las circunstancias. Quispe va  a ser muy radical, mucha gente no va a entender porque estuvimos bajo la dominación neoliberal, todavía no estaba maduro ese discurso y no le va a gustar mucho sobre todo a la clase media y a otros sectores”, explica Rojas. “Entre un vaso de agua tibia y uno de agua caliente, eligieron uno de agua tibia”, afirma Quispe. El líder aymara es acusado por muchas de las bases de caer bajo la tentación electoralista al fundar el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP). “Había una idea, la gente decía, un movimiento político en masa solo no funciona, tiene que tener un partido, teníamos que tener una herramienta política, hasta cierto momento funcionó, después ya no”, explica el propio Quispe, a sus setenta años de lucha, con el Illapu de fondo, en su terreno de Ajllata Grande, mientras planta quinua y cebada, masca coca y planea hacer una universidad indígena. Si bien llegará a ser diputado en el 2002, no tardara mucho en renunciar indignado de los vaivenes de la política institucional.

Los intentos de Olivera (que desde un principio niega la posibilidad de cargos políticos o candidaturas) por acercar ambos líderes indígenas son en vano. Sin contradicciones en el terreno electoral, con una construcción de largo plazo de su MAS-IPSP (Movimiento al Socialismo-Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos), en Junio la fórmula Evo Morales-Antonio Peredo da la sorpresa al alcanzar 21% de la votación para presidente, quizás ayudado por el embajador de Estados Unidos, Manuel Rocha, que en plena campaña afirmó: “Yo no votaría por alguien que esta en la lista negra de los EEUU bajo sospecha de narcotráfico y terrorismo”. El “Goñi” Sanchez de Losada consigue 22,5% y llega al poder en una alianza con otros partidos tradicionales. Con 27 diputados y 8 senadores del MAS y 6 diputados del MIP, el movimiento indígena logra infiltrarse en el Congreso. Ajeno a esta realidad de las urnas, el Goñi, ex empresario minero, ex ministro de Economía de Paz Estensoro en los ochentas, con su acento marcadamente gringo, mantiene las políticas neoliberales y la decisión de exportar el gas boliviano a Estados Unidos via Chile.       

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“Fue impresionante ver bajar al pueblo desde El Alto y tomar la ciudad”, asegura Manuel Benavente, fotógrafo. “No había comida, no había agua, no había gas, la gente andaba armada, se peleaba entre si. El presidente Sánchez de Losada pensó que los indios éramos tontos. Pero los indios son bravos. Lo arrinconamos en la ciudad y lo hicimos volver a su país”, cuenta Josefina, una caserita aymara de Omasuyos, con casa en El Alto, y puesto de jugos en la concheta zona sur de La Paz.
¿Cual fue su participación durante la guerra del Gas? “Un poco me incomoda la pregunta, porque arrastra al ego, el alarde, prefiero siempre que la gente diga lo que uno es o no es, pero para absolver su pregunta intentaré responder, pero con una aclaración, que yo no fui solito el que hace, sino fuimos un equipo, un grupo, una comunidad, un ayllu en la urbanidad; moviéndonos de aquí allá. Creo que hay dos momentos, uno que todos saben o conocen y otro que yo llamo la memoria oculta”, responde Abraham Delgado, estudiante de la UPEA en el 2003, miembro del Centro de Investigación, Estudio y Promoción de Organizaciones Sociales (CIEPOS), y actualmente integrante del Tribunal Constitucional Plurinacional, Unidad de Descolonización, como Especialista en Justicia Indígena Originaria Campesina.

“Son cosas en las que uno se mete por obligación, por situaciones del momento, y en lo más intimo bien traduces tu discurso o sólo te quedas en eso, obviamente fue una prueba de convicción, hasta donde eres lo que dices. Fue una lucha histórica, una explosión anticolonial que se había acumulado desde la invasión, la colonia y la república. No era cualquier levantamiento. Se buscaba la liberación de las naciones ancestrales, de los ayamaras, quechuas, guaraníes y tantos otros, se buscaba otro poder. Los que descendían marchando no eran blancos ni mestizos, sino indios, gremialistas, vecinos, estudiantes, fabriles, maestros, etc. Eran los aymaras de los ayllus y markas del departamento de La Paz, de las 20 provincias. Y en otras partes del país, también, los cocaleros, que tomaban carreteras y bloqueaban días enteros en Cochabamba o Santa Cruz, eran quechuas, aymaras y de otros pueblos de las tierras bajas, como los guaraníes. Así podemos decir que esta Guerra del Gas era una lucha para liberarnos, y materializar otro poder desde nosotros mismos, como siempre”, relata Abraham.

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Cuatro años después de la Guerra del Gas, el activista social y hiphopero, Abram Bohorquez, más conocido como Uka Mau y Ke (así las cosas y que), explica: “No fue la guerra del Gas sino la masacre del Gas. Porque si hubiera una guerra hubieran estado los militares con armas y nosotros con armas, eso es una guerra. Nosotros no teníamos armas.  Era jodido ver morir a uno de tus cuates, primos, familiares cayéndose como muñecos, y lo más triste es ver que tus mismo hermano que son los militares, que son la gente pobre que no ha podido estudiar para ser coronel se enfrentaban a nosotros. Después se ha tenido mas claro el panorama de quien es el enemigo. Desde ese momento el joven aymara ha sido visto bien. Antes decías yo vivo en El Alto y te decían: ¿Cómo vas a vivir en El Alto, puro campesino, puro indio, puro maleante? Con tanto odio te decían. Tu decías: mi mama es de pollera. Hijo de chola, te decían. Todavía hay racismo pero no tan fuerte como antes. Mucho ha cambiado y es un paso que no es solo gracias al MAS o al presidente Evo Morales sino la lucha del pueblo. La experiencia que hemos sacado, la formación ha sido en la lucha callejera, hemos aprendido a ser analistas de todas las cosas, la gente rápido se da cuenta quien esta mamando, quien engaña, quien dice la verdad, eso es lo efectivo que se puede recoger de tantas cosas que han pasado. Estábamos viviendo en la oscuridad y esta por salir el sol, es el lugar más difícil el ver la luz, el amanecer, por eso quieren armar pleitos, pero va a amanecer ya, de eso se trata. No es momento de ser extremista o radical. Ser radical puede perjudicar esta cosita que va avanzando con calma pero seguro”. Abram murió misteriosamente en la calle en mayo del 2005. Nuestro homenaje.





Comentarios

pancho ha dicho que…
muy buena la crónica, maese!

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