¡Baile… pero Luche! (y viceversa)
Un artículo que hice a pedido de mis compañeros de Pueblos en Camino y forma parte de un documento que pueden leer ahí arriba donde dice: Pueblos en Camino. Foto de los cumpas de Sub Coop.
Pero moderado”
¡Baile…
pero Luche!
(y viceversa)
Tomás
Astelarra
Córdoba,
Argentina
“Bienvenido
al Apocalipsis”
Carrero o
reciclador urbano a caballo en Marcha de la Gorra contra la violencia
institucional en Córdoba.
“El
apocalipsis ya llegó, sólo estamos esperando que baje la nube”
Eduardo
Damato (ecologista de San Marcos Sierras)
“!
Excelencia! basta de profecías apocalípticas ya sabemos que el
mundo se acabó
¿Catastrofista?
¡Claro que
sí!
Pero moderado”
Nicanor
Parra (poeta chileno)
Es
imposible atravesar estos tiempos que corren y obviar ese apocalipsis
o pachakuti en que las más diversas culturas y visiones de nuestra
historia nos sitúan. El parto de este nuevo mundo, si es posible, es
a través del paso por la oscuridad, la confusión, el caos...(y todo
desde un vientre castigado, despreciado, angustiado...). “El
error consistió en creer que la tierra era nuestra cuando la verdad
de las cosas es que nosotros somos de la tierra”, reconoció el
poeta Nicanor Parra y aclaró: “Buenas Noticias: la tierra se
recupera en un millón de años. Somos nosotros los que
desaparecemos”. Entonces quizás mejore un poco el análisis
descartar la soberbia humana de hacernos poseedores de los destinos
del planeta, el espacio, las plantas, animales y demás seres vivos,
para enfocarnos en nosotros mismos, en nuestra sobreviviencia o
superviviencia como especie. Y si podemos reducir un poco más el
ámbito, concentrarnos en nuestra comunidad, nuestra familia,
nuestras propias acciones. Porque está visto que la solidaridad, la
lucha, la militancia... es también un gran verso captado o coptado
por el estado o las empresas, amen de soberbias individualidades que
enmascaran en su discurso y acciones, su propio deseo personal de
sobresalir, encantar, dominar, ser soberbios... Y por otra parte, lo
comunitario también se ha transformado en un discurso, siendo que su
gen, es apenas un residuo decadente en algunos pueblos ancestrales
que cuando no son exterminados, cargan sobre sus espaldas años de
resistencia, ahora también factible de ser envasada en una cultura
etno for export.
Como tantos de nosotros, han adquirido la democrática posibilidad de
poder hacer lo mismo que los grandes empresarios y dueños del mundo:
vestir su propio envase y luchar por estar lo más alto posible de la
góndola (bien lejitos de la tierra).
Si
alguna enseñanza nos deja el paso por el dizque
ciclo progresista latinoamericano es que la política, al igual que
la religión, no es un campo que deba ser delegado en otras personas,
sino que debe ser asumido responsablemente de forma individual, para
luego consensuar con la comunidad, y recién, quizás, después, con
otras comunidades. Comenzar de nuevo un proceso de alquimia social
que hoy es evidente, se fue al carajo. Hoy más que nunca son las
instituciones las que formatean a la gente y no viceversa. Si la gran
trampa del cristianismo fue hacernos creer que Dios es algo externo a
nosotros, la del capitalismo fue convencernos de que podíamos
depositar las decisiones de nuestro territorio en un presidente o
parlamento, incluso en nuestros propios dirigentes sociales,
sacándonos de encima el peso, el costo, de las decisiones. Putear es
fácil, gobernar, crear comunidad, no tanto. En eso sigue presente la
llama incandescente del zapatismo, la nueva experiencia en Kurdistan,
los ancestrales ayllus aymaras, los jipis cordobeses y todas las
experiencias comunitarias y de organización popular que pueblan el
continente de forma sutil e invisible y que día a día van tejiendo
las redes de este nuevo mundo en parto. Las bautizadas “Arcas de
Noe” por Raúl Zibechi. Quien en alguna entrevista aclaró:
“La
forma de acumulación capitalista es una forma de guerra, de
destrucción de los pueblos. Los movimientos populares tienen que
actuar como el campesino ante una planta nueva: cuando hay una planta
nueva que está creciendo, el campesino no la pone en medio de la
calle que la pisen, sino que la protegen. Los movimientos sociales lo
que tenemos que hacer es proteger una parte de nuestra estructura. Si
no, estamos entregados a los medios, a la inteligencia, a la
represión y la persecución. Decidir la visibilidad cuando sea
conveniente, pero no visibilizarla todo el tiempo. Los militantes
tenemos que saber que esto no es para dos días, sino que se necesita
una militancia permanente. El pueblo a veces se desespera y lucha, y
está muy bien. Pero hay una permanencia cotidiana de organización
de actividades, de convocatorias, de abrir espacios, que es
fundamental, sin la cual las energías populares se dispersan o
alguien las
utiliza
para conseguir un cargo”.
Es
posible que los gobiernos progresistas producto de las revueltas
populares que conmocionaron el continente a principios de siglo hayan
representado un respiro para estas organizaciones. Algunas fuentes de
financiamiento, una mejora económica y de cobertura social que
permitió dejar de lado las urgencias y concentrarse en la
construcción de largo plazo. También provocaron flagrantes
deserciones, liderazgos perdidos en la función pública y quizás la
certeza de que todos esos reclamos y pobladas contra el
neoliberalismo del fin del siglo XX tenían más de urgencia
económica que de convicción política. Las mejoras económicas de
los gobiernos progresistas para los sectores populares implicaron no
sólo la desmovilizaron proyectos autonómicos como las asambleas
barriales en la Argentina, sino también modificaron las pautas de
consumo en pueblos como el boliviano, donde, a pesar de las
esperanzas, el acceso al poder de líderes indígenas y comunitarios
no sirvió para cambiar el paradigma de desarrollo capitalista, sino
todo lo contrario, ampliaron el margen de inserción a un esquema
obsoleto de producción de bienes y niveles de confort basados en el
extractivismo y por ende, la represión de otros pueblos, también
indígenas y comunitarios, con la desdichada suerte de permanecer en
esos cada vez más numerosos puntos donde el sistema apuñala las
venas abiertas de América Latina.
Y es ahí donde el reflujo del egoísmo capitalista, de ese mundo
orquestado para una minoría de la población, se muestra más como
estrategia de dominación que como un rapto de generosidad. Es ahí
donde se multiplica la hidra capitalista, azuzada por los medios de
información, sustentada en el miedo y la ignorancia que los
gobiernos militares y neoliberales supieron sembrar en el continente,
quizás también en una razonable claudicación de aquellos que
hartos de soportar la miseria, la represión y discriminación, la
obvia dificultad humana para crear una nueva conciencia, decidieron
mirar a un costado protegidos por una pantalla discursiva que mostró
esa breve claudicación de los dueños del poder como un cambio
profundo en las formas de hacer política desde el estado. Nos
vendieron las migajas de una harina de soja como un pan casero. Y
entonces la cholita boliviana pudo comer en restaurantes de lujo con
el dinero de la minería y los jóvenes argentinos cargar el mote de
“militantes” con jugosos sueldos provenientes del monocultivo de
soja. Entonces perdimos el norte de aquella ecuación que decía:
“Consumo=Muerte” y los paramilitares llegaron a Bolivia para
permitir el avance de las cooperativas mineras sobre los pueblos
altiplánicos y el veneno del glifosato comenzó a sembrar una
epidemia de cáncer en la pampa argentina. Ésta vez, con el apoyo
mayoritario de la población, que no quiso que nadie viniera a juzgar
ni quitarle su bien merecido confort y consumo, a contarle su
procedencia, a decirle que aquellos brillantes envoltorios estaban
manchados de la sangre de los pueblos. Como dijo alguna vez el
humorista Tato Bores refiriéndose a la Argentina:
“Que país
generoso. Yo no entiendo en que momento nos despelotamos tanto. Si
éramos un país inmensamente rico, multimillonarios éramos. Lo malo
de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hijo de puta sembró
un almácigo de boludos y la plaga no la pudimos parar ni con DDT.
Aunque no recuerdo bien si fue un hijo de puta que sembró un
almácigo de boludos o un boludo que sembró un almacigo de hijos de
puta”.
Un amigo
anarquista también decía: “10% de hijos de puta, 10% de seres
conscientes, y 80% de boludos a los que convenció el primero de
jugar a la modernidad mientras mata a los segundos para luego seguir
con el resto”.
Los
gobiernos progresistas avanzaron en muchas reivindicaciones políticas
y sociales y también encararon una importante batalla cultural.
Salvo excepciones discursivas como las del Pepe Mujica o de
organización de otro tipo de producción alternativa como los
proyectos comunales de Hugo Chávez, la batalla cultural (y
productiva) no estuvo centrada en el consumo, que hoy sabemos
claramente, es el principal causante de este bendito descalabro
mundial. Escuchar a la presidenta Cristina Kirchner decir con orgullo
que Argentina es el principal consumidor de caramelos y que gracias a
su gestión ahora los pobres comen caramelos, o que el gobierno de
Evo Morales muestre como orgullo y reivindicación de los pueblos
indígenas bolivianos el rally Dakar o el satélite Tupak Katari.
Escuchar al vicepresidente Linera decirle a los pueblos campesinos de
Santa Cruz que para sostener la universidad de sus hijos hay que
multiplicar por diez la frontera agrícola para exportar granos a los
países dizque desarrollados. Pero sobre todo, encontrar que una
buena parte de la población antes marginada, hoy se siente incluida
en ese consumo y muchos movimientos sociales en vez de empoderar sus
autonomía, han decidido relajarse en la dádivas del estado. Y
dentro de esa batalla cultural perdida, de esa sociedad consumista,
individualista, ignorante de los verdaderos problemas globales,
hermética y aséptica, ajena no sólo a los conflictos ambientales
sino a la estructura productiva criminal que sustenta su consumo, los
gobiernos empresariales pudieron vender el “cambio”, el
“progreso”, el combate a la “corrupción” y el
“narcotráfico”; de la misma manera que la Coca Cola vende
botellas “ecológicas”. Bolivia, el país que exportó al mundo
el concepto de “pachamama” muestra hoy los mayores índices de
crecimiento en el consumo de este producto inútil, perjudicial para
la salud, en manos de una empresa cómplice del asesinato de
sindicalistas colombianos, desabastecimiento de agua en comunidades
campesinas de India y otros infinitos males de este sangrante
presente globalizado. “No lo podía creer. El esfuerzo de años de
lucha por mejores condiciones laborales de repente servía para
comprar televisores plasma, autos de lujo y espectáculos baratos”,
me confesó alguna vez un militante del Sindicato de Trabajadores de
Subte y Premetro de la Ciudad de Buenos Aires, una de las
experiencias de sindicalismo independiente más rutilantes de la
Argentina post 2001. La lógica del consumo lo inunda todo y tiene
las mil máscaras de esta hidra capitalista. Algunas experiencias
sociales y comunitarias se sirven de él para empoderarse a través
de proyectos de economía social que plantean otras lógicas de
trabajo, redes de distribución, comunicación y consumo en sí
mismo. Algunos cambian su forma de vida acorde a esa austeridad que
no es pobreza sino dignidad. Muchos la utilizan para acceder a esa
opulencia que tarde o temprano se vuelve mentira y pobreza de
espíritu. Así nos decía Pablo Solana, vocero del Frente Popular
Darío Santillán de Argentina en un balance a diez años del 2001:
“Hoy
expresamos una propuesta de organización social, de trabajo, que
valen la pena y que es una semillita. No es que se cambió la
sociedad ni se cambió una lógica de pensar la producción, pero se
demostró en una escala testimonial que es posible que los compañeros
laburen y vivan con una subjetividad distinta, menos alienada, menos
explotada. El 2001 potenció muchas experiencias nuevas que
aprovecharon la crisis del modelo para proponer cambios radicales en
las formas de organización social, laboral, comunitaria, de toma de
decisión, de participación política. Muchas de esas experiencias
se replegaron o encontraron sus límites. Una parte tuvo que ver con
cierto reflujo en las condiciones económicas, más changas, volvía
el laburo aunque fuera precario. La gente dejó de participar.
También hay que aclarar que esas nuevas formas implicaban riesgo.
Hubo muertos el 19 y 20, y hubo muertos el 26 de junio (la llamada
Masacre de Avellaneda con la que el gobierno de Eduardo Duhalde
aleccionó al movimiento piquetero), y algunos dijeron: a ver si
viene algo más tranqui.
Hay que leer el 2003. El kirchnerismo fue una respuesta, y no
necesariamente indiferente para quien quiera leer que pasó del 2001
al 2011. Se da una respuesta parcial, sistémica, prolija. Más allá
de las contradicciones del chavismo, allá hay un estado facilitador
de estas experiencias, que libera posibilidades, recursos, para que
el pueblo se las apropie y potencie su propia experiencia. ¿Qué se
hizo acá con los movimientos asamblearios? Se les dijo: ya está.
Quizás si hubieran hecho una ley de consejos comunales, una ley de
presupuesto participativo, que la comunidad tenga que decidir sobre
su territorio... Y había con qué: había una sociedad que podía
dar más. No hacer una revolución violenta, sino apropiarse de más
instancias de participación y decisión. Pero lo que vino como
respuesta institucional fue dar unas soluciones por arriba (derechos
humanos, cambio de la corte, salarios…) y un aplacamiento por abajo
que es lo que hace que hoy estemos hablando de “puchitos” de
buenas experiencias. Nosotros nos replegamos en nuestras aspiraciones
de querer cambiarlo todo. Tuvimos que acomodarnos a lo que algunas
políticas públicas nos dijeran que íbamos a poder hacer en cuanto
a consolidar nuestros proyectos productivos autogestivos, que los
teníamos planificados, pero necesitábamos algunos recursos. Algunos
de esos proyectos, después de diez años, están funcionando, como
la bloquera que comenzó Darío Santillán” (líder
piquetero y víctima de la Masacre de Avellaneda).
En medio de
este caos o pachakuti o apocalípsis, muchas de las clases populares
renunciaron a sus aspiraciones de dignidad en pos del consumo, o
vieron en el consumo una forma de dignidad. También crearon nuevas
formas de economía por “abajo” que aprovechan las grietas del
capitalismo para ofrecer alternativas de consumo y crecimiento
económico pero dentro de la propia lógica del extractivismo y
explotación que plantean los de “arriba” (como bien describe la
socióloga y militante Verónica Gago en su libro “La Razón
Neoliberal (economías barrocas y pragmática popular)”). En
Bolivia el gobierno de Evo Morales es apoyado por los movimientos
sociales (hoy fragmentados) pero también por un poderoso
empresariado popular aymara que ha visto en la debacle de las
políticas neoliberales una posibilidad de empoderarse
económicamente. Sus lógicas de consumo, salvo matices, no difieren
de las de sus antecesores. Sus formas de extractivismo y represión
tampoco. A la par, muchos hijos de la clase empresarial y dominante
encararon a ciegas nuevas formas de vida, renunciado a las
comodidades de las ciudades para acercarse a la Madre Tierra, el Buen
Vivir, fomentar el uso de las plantas medicinales ancestrales, o los
frutos autóctonos, a través de cooperativas que también luchan por
el acceso al agua de las población campesina, conscientizando sobre
el avance de la soja, los agrotóxicos, el uso de químicos para
frenar las tormentas, amén del saqueo inmobiliario y turístico.
Resucitar el uso del adobe, el machete y la asada, la comida sana, el
tiempo libre para los niños, la huerta en casa, las peñas
solidarias y el encuentro entre mundos. También infringir una fuerte
herida en el lugar que más le duele al sistema: el consumo. ¿Cómo
bucear en nuestras contradicciones para ver el ellos en nosotros (y
viceversa), el pasado en el futuro (y viceversa), el aliado en el
enemigo (y viceversa), el todo en la nada, la luz en la oscuridad
(siempre en en reversa o viceversa)? ¿Cómo desvelar, develar,
revelar, rebelar, las máscaras de esta hidra capitalista? Cómo
aceptar estas contradicciones y seguir tejiendo la resistencia?
Con
alegría. Baile pero Luche
es el lema de los Eternos Inquilinos,
banda de cumbia sudaka rosarina a la cual un militante colombiano le
aclaró meses atrás luego de una conferencia zapatista, que más o
menos, ese es el lema de los ancestrales campesinos vascos.
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