El oficio de librero

Mi vieja Sari una vez me mostró una serie de cuentos que solía escribir cuando tenía seis años. En la adolescencia escribía novelas. Me quedaba en los recreos con mis cuadernitos y mis cumpas me gastaban porque no salía al patio a jugar al fulbo. Era el preferido de la profe de Literatura (la hermosa Ana Bortot). Sin embargo terminé estudiando economía. Cuando me fui de intercambio a España y pintó viaje por el viejo mundo, la Fer, una amiga, me pidió que le escribiera un cuento por ciudad que visitaba. Hasta me hizo una tapa pal libro. Sin embargo yo seguía mostrándole mis escritos solo a un puñado de amigues. Hicimos un legendario fanzine, El Vengador A go go. Cuando me fui de viaje por América Latina con la guita de la indemnización del diario de economía donde empecé a transitar ese viejo camino que dice que ser periodista es la mejor forma de ganarse la vida como escritor, recordé la enseñanzas patafísicas del maestro Pedro Ubertone y escribí una serie de cuentos de literatura potencial. Con los restos de la indemnización que me dio el diario publiqué mi primer libro en una imprenta de La Boca: Aforismos Ronateros. No sabía que hacer con los mil libros que guardaba en el altillo de la casa de mis viejos hasta que un amigo me dijo que un chabón le había vendido un libro de su autoría en la Plaza Serrano. Mucho tiempo después conocería a ese tal Diego Arbit mientras vendía mis libros por los bares de Palermo. También al infefable Pablo Strucchi y el best seller autogestivo Guillo de Posfay o el amawta fliero Xuan Pablo Gonzalez, todos era parte de ese experiencia maravillosa que era la Feria del Libro Independiente y A. Entendí que podía vender más libros si además del mío ofrecía otros de autores independientes. Los trocábamos en la FLIA o en algún momento comencé a comprárselos. De vuelta en Argentina donde la música y la artesanía no me eran rentables como en otros países de Sudakamérica el "retaque" de libros por los bares de Abasto fue mi fuente de ingreso muchos años. Una experiencia maravillosa que incluyo la famosa "Jipi Card" cuya idea robe al Zamba, un viejo librero jipi de La Plata. Cuando me vine a vivir a Traslasierra empecé a poner mis libros en un puesto en las ferias de San Javier y Villa de las Rosas. Eran épocas donde los libreros y autores autogestivos todavía luchábamos por hacerle entender a les artesanes que lo nuestro era cultura y no "reventa". Organizábamos FLIAS con varias cumpas de Traslasierra y en coordinación con les cumpas de San Marcos y Capilla del Monte. Luego un delirante llamado Coco me convenció de sumarme a un local cooperativo llamado Humano. Hasta puso un sillón en el local para que la gente pudiera sentarse a leer. Cuando me expulsaron de la feria de Villa de las Rosas por denunciar como periodista las amenazas de muerte del intendente contra delegados de la feria, Humano fue mi refugio, mi pequeña librería. Como dijo alguna vez el viejo Mario: “Algunos vuelan como cóndores otros como serpientes”. En la cultura ancestral andina ambos son seres sagrados. Las serpientes son las creadoras de vida. El cóndor es el mensajero de los dioses. Ya no tuve que renegar con cargar el puesto y las cajas enormes de libros todos los sábados. Y como siempre aclaro cuando me preguntan la potencia del trabajo colectivo, pase de un puesto que se caía a pedazos y donde si te daba bolsita era mangueada a un vecino (de tarjeta de débito ni hablar) a una biblioteca hermosa (que yo no había hecho) en un local hermoso (que yo no había pintado ni decorado) con una bolsa de papel con una serigrafía hermosa (que yo no había encargado ni serigrafiado) y si querías la pagabas con posnet (que yo no había tramitado). Por supuesto que yo aportaba mis dones de economista, puntero jipi y chamullero profesional (tareas de las que otras no sabían o no se animaban). Los libros me dieron de comer, construyeron mi casa, fueron crédito en temporadas de invierno, oportunidad de militar, bajar consciencia, conocer gente alucinante, descubrir los done del trabajo cooperativo, comunitario, en red, saber que se puede vivir más allá de la industria multinacional y el mercado capitalista patriarcal (al menos en un 63,5%). Hace muchos años que escuchó que el libro impreso ya fué debido a las nuevas tecnologías. No lo he podido comprobar en la cantidad de gentes que sigues comprando libros, sobre todo autogestivos. La concentración económica, la inflación y otros menesteres que siguen avanzando en esta crisis civilizatioa han puesto en jaque la industria autogestiva del libro en estos últimos años en Argentina. "Quieren matar al libro. No van a poder", me dijo hace un par de años en su imprenta autogestiva de Buenos Aires el gran gestor editorial Pato Capuchas mientras renegaba con las especulaciones Papel Prensa y los importadores de toners. Yo sin embargo cuento hoy con el privilegio de poder elegir entre decenas de trabajos autogestivos, de comunicación y economía popular, incluso asesorando otros proyectos cooperativos. Los pocos pesos que gano (como todo trabajador informal en Argentina) se vuelven millones cuando accedo a la contabilidad creativa e invisible del valor económico de hacer lo que me gusta, donde me gusta, con quien me gusta, aportando a la comunidad y el Cuidado de la Casa Común. Hoy me jubilo de librero. Dejo de ser parte de un proyecto modelo de esa otra economía posible como es Humano. Toy re tranquilo, porque sé que hay decenas, miles, de compañeres sosteniendo esa hermosa llama, semillas, resistencia, en tiempos de Pachakuti. Elijo otras trincheras, surcos de tierra,, casitas de adobe donde guarecerme del frío, proyectos de ganar-ganar donde seguir creciendo como individuo haciendo crecer a la comunidad y respetando la Pachamama. Gracias Totales. Me quedo un puñado de libros para ir a divertirme y charlar en alguna feria independiente o de la economía popular. Gracias a todas las maestras y maestros, a mis cumpas de viaje, a aquelles que siguen la tarea en Humano (Maru y la Noe) y en cada rincón del país. A los eternos trueques y negocios lindos, a las editoriales que me bancaron la parada siempre con mis deudas de invierno y sabiendo que taba construyendo mi rancho (digo Sudestada, digo Chirimbote, digo Capuchas, pero son decenas). Gracias a la vida que me ha dado tanto trajinar en este hermoso mundo editorial. Después de muchos años, hoy me pagan por escribir, por chamullar, por hacer arte, por construir comunidad organizada (y muchos otros delirios que el sistema capitalista nunca quizo pagar). Igual que el monte, no es un camino sin espinas, pero con los años he descubierto que es una camino de abundancia, aprendizaje, crecimiento espiritual y hermoso paisaje. Hacia ya vamos.

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