Charlas del Monte VIII Los Mogólicos de Yacanto
Lo mogólicos de
Yacanto
Dibujo:
Sebastián Triglia
A Traslasierra
llegué por causacasualidad. Yo quería ir a Bolivia o Bolsón, pero
para mi compañera era muy lejos, muy frío, muy otra cultura.
Hicimos promedio y nos fuimos a una casa que una amiga le había
prestado en San Javier. Nos separamos a las dos semanas. Volvió a
Buenos Aires. Yo me quedé en la casa prestada con cierta sensación
de que después de tanto viaje, ese lugar estaba bueno. Me encontraba
con viejos y viejas amigos y amigas a cada paso, pasa. Esa cordillera
acostada como serpiente tupamara, dragon dormido, apu champaqui, por
momentos me hacía acordar al Piltriquitron, a veces me creía en
Sorata, otras, cuando llovía en Villa de Leyva, Locombia. Encontraba
arte por todos lados. En ese entonces la feria de Villa de las Rosas
era un encuentro de armonía y cultura único en el país. Tenía
luz, gas, una mesada grande de algarroba, y un auto que aunque
renegador, me llevaba.
En la feria de
productos de San Javier me encontré con Ulises, un viejo amigo que
había conocido en Bolsón. Había estado en Venezuela y había
vuelto a Argentina con un cachorro de perro y otro de hombre en
gestación. Lo tuvieron con la Barbi en Las Toninas o San Clemente
del Tuyu. Querían vivir en Humahuaca, pero por alguna
causacasualidad habían terminado en Traslasierra. Después de mucho
cambiar de residencia consiguieron un terreno muy barato en Yacanto
Abajo. Se los vendió un paisano de nombre Pacheco que le decían el
Negro Araña pero en el registro civil descubrieron que se llamaba
Eduardo Ceballos. Cuando los visité en su pequeño rancho de adobe
de dospordos iluminado por velas hubo una magia que me secuestró.
Magia de Monte.
“Mirá”, me dijo
Ulises, “Nosotros tenemos mucha tierra. Una hectárea. Y queremos
compartir. Este lugar es maravilloso en paisaje, la tierra es
abundante, el único problema es que está lleno de porteño. Pero
estaría bueno que gente como vos te quedaras. No sé que pensás
hacer. Pero si querés construite un rancho en el terreno. Yo te
ayudo”.
Lo pensé. Viajé.
Volví. Le dije que mejor le tiraba una guita para hacer las cosas
más claras. Me dijo que pa eso hablemos con el paisano. Conocí al
Negro Araña una tarde de septiembre en su casa de campo, entre
gallinas y limosneros, una laguna artificial hecha por él con un
tractor y un algarrobo que según científicos japoneses tendría 547
años (o algo así). De suerte le llevé de regalo un libro de “Los
Caminos del Che” que habíamos editado con Sudestada. El tipo era
fanático del Che. Me dijo que me vendía un terreno muy barato. Pero
mínimo una hectárea. Que me mantenía el precio hasta marzo.
Después de vender el auto conseguí un cuarto de la plata para un
cuarto de hectárea. Le pedí guita a mi viejo y hablé con cumpas
del camino para ofrecerle tamaña oportunidad. Conseguí seis
parceros de Rosario y Buenos Aires, a último momento se sumó una
pareja de Formosa y La Plata que vivía en Travesía. Pintó un
matrimonio amigues del Pablito y Nati y compraron otra hectáreas. Se
enteró el papá del Fede y pidió otra. No entendí bien el
mecanismo, pero a medida que la gente se enteraba que Pacheco vendía
tierra se acercaba y preguntaba. Él a veces decía que si, a veces
que no. Le vendió a un gringo, una maestra de La Plata, un actor de
Entre Ríos, una peruana, unos amigos del Ulises de Tandil y Mar del
Plata, un productor de cerveza y otra maestra, un par de herederos
jipis, un electricista y Catriel. En total una diez hectáreas. Nos
donó una hectárea de terreno comunitario (“pa que jueguen los
niñes”) y con el tractor hizo un camino o calle entre las dos
franjas de terrenos. Cuando le dijimos como podíamos agradecerle
tanta generosidad con ese humilde desparpajo que tiene nos sugirió:
“Si a ustedes no le molesta a mi me gustaría que la calle se llame
Ernesto Che Guevara”. Todavía no hicimos el cartel, ni la huerta
comunitaria, ni la plaza pa los niñes, ni siquiera le invitamos un
asado para devolverle ese banquete con el que nos convido un primero
de mayo. Encima el equipo de truco de los jipis ganamos el torneo, la
revancha, y la re re revancha. Los paisas nos querían matar.
Pero ahí está
Yacanto Dawn. Un barrio muy particular. Hasta ahora pudimos apenas
cotejar tres reglas básicas de convivencia:
a) O hacé lo que
quieras
b) Mi perro no fue.
c) Soy una personas
altamante criticable. Nada de lo que hago tiene fundamento.
Soñamos con armar
la murga “Los mogólicos de Yacanto” y organizar el Tupinambur
Fest, nos pusimos de acuerdo para traer el agua, hacer un puente
sobre la acequia, festejar un año nuevo juntos, y festejar con
varias mingas. No nos pusimos de acuerdo en el alambrado. Las
herramientas, los consejos, la yerba y los encendedores, incluso las
mascotas y lo niñes, van y vienen sin importar la dirección.
Tenemos grandes asesores externos como el nadaista Vicente, el Jipi
Matías y Suipacha Kamacho. A veces nos visita Fede el caminante.
Actualmente residen 5 familias y solterito, hay dos casas de
vacaciones hechas y una tatusera. Esperamos que lleguen más. Todavía
somos una utopía.
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