Hacia una economía de la Pachamama

 Como en muchas paradigmas del mundo que hoy vivimos, los fundamentos de la llamada ciencia económica han sido tergiversados en función de un sistema capitalista que hoy se encuentra en crisis. Algunas reflexiones para la deconstrucción de este discurso de muerte y su transformación en una nueva opción de vida.

Escrito para la revista Trasla de Verano

 

Hacia una economía de la Pachamama


Humberto Eco decía que la estadística es esa maravillosa ciencia según la cual si una persona muere de hambre y la otra empachada con un pollo, los dos comieron medio pollo. En su libro “La economía desenmascarada: del poder y la codicia a la compasión y el bien común”, el economista chileno Manfred Max Neef y el físico gringo Philip Bartlett Smith, hacen un exhaustivo detalle de la conspiración histórica según la cual ciertos teóricos del pensamiento económico fueron privilegiados a la hora de construir el canon de la noble ciencia de tal manera que se presentara al mundo como “exacta”. De tal amañada confusión surge el lugar privilegiado que los profesionales de esta, ya no tan noble, ciencia, tienen en la construcción del poder político planetario.
Cualquiera de estos encumbrados economistas habrá escuchado en sus primeras clases de la universidad que la economía es “la ciencia que administra recursos escasos para necesidades infinitas”. En tal sentido es coherente que el mundo, administrado por estos dizque nobles economistas, se encuentre en crisis por la escasez de recursos naturales y la increíble proliferación de consumos desmedidos, necesidades superfluas, artefactos de obsolescencia programada y, con perdón de quienes se sientan aludidos, profesiones y oficios inútiles y bien pagos. A mayor escasez y necesidad, mayor poder pa ellos (y ese 1% de la población mundial que administra nuestra economía y pensamientos para su beneficio).
Pero discutamos la definición canónica de la “noble” ciencia económica. En principio es evidentemente antropocéntrica y elitista. Claro está que, según esta definición, los recursos y necesidades son del hombre (mujer). Y no del entorno, madre tierra, naturaleza, eco-sistema. Ni siquiera de todes les hombres y mujeres. Sino solo de aquelles que pueden acceder a esos recursos para cubrir sus necesidades. No solo existe una importante parte de la población que no cubre sus necesidades básicas sino que incluso cada vez son más las pueblas con la desafortunada suerte de vivir paradas encima de recursos naturales ambicionadas por el empresariado multinacional. Pueblos non nobles que llevan años preservando esos recursos según una definición económica que toma en cuenta el entorno y que hoy se enfrentan a procesos de militarización y matanzas en sus territorios en un crimen de lesa humanidad que cuenta con el apoyo de gobiernos, empresas, ongs y por supuesto, economistas dizque nobles.
Son esos los pueblos que en contacto con la naturaleza saben que los recursos no son escasos, sino abundantes (infinitos). Pararse debajo de un árbol frutal en época de maduración es suficiente y contundente prueba al respecto. Por dar un ejemplo: en la cultura quechua-aymara, la abundancia es un factor tan intrínseco y necesario al quehacer económico como la austeridad (necesidades finitas) o la confianza. ¿La confianza? Si, la confianza. Casería que le llaman las cholitas bolivianas. Tanto en redes familiares de comercio como en la construcción de nichos de proveedores y clientes, incluso competidores, la confianza puede reducir precios, eficientizar procesos, generar cŕedito y redes que empoderan a las comunidades y sus transacciones económicas. No solo en las labores campesinas, sino también en las fuertes estructuras comerciales indígenas que hoy dominan, por ejemplo, en Bolivia, mercados tan complejos como la informática. Incluso en procesos migratorios como el de Argentina donde, discriminada e invisiblemente, austera y abundantemente, esas redes de confianza les han permitido dominar rubros como el textil o la venta de hortalizas. O en estas mismas tierras transerranas, la confección de ladrillos para la construcción*.
El antrópologo italiano Nico Tassi lleva años investigando la curiosa forma de hacer economía de los “indios” bolivianos. En su libro “La otra cara del Mercado (Economías populares en la arena global)” dice: “Si las prácticas políticas aymaras son, muchas veces, inseparables de sus prácticas económicas, las actividades económicas en los Andes continuamente se extienden a un domino que podríamos llamar “ritual”, sin enfatizar con este término románticamente su carácter anacrónico y, por ende, menos amenazador hacia la economía de los supuestos modernos. La agricultura, por ejemplo, no puede ser concebida simplemente como un medio que asegura la supervivencia material, sino que está entremezclada con la identidad y con la necesidad de hacer vivir la tierra. El comercio y el intercambio están vinculados a una práctica de circulación cosmobiológica con el sentido de reproducir la articulación de las diferentes zonas y parcialidades ecológicas del territorio disperso. La circulación, el movimiento y el intercambio de productos también revisten un significado religioso y social, al punto de tener el sentido de activar la reproducción y transformación del cosmos. El intercambio no sólo conecta entre sí a diferentes grupos a lo largo y ancho del territorio, sino que también fortalece los lazos y la circulación entre las diferentes zonas ecológicas, un elemento muy importante para hacer vivir la tierra y que esta se reproduzca”.
Lo ancestral se vuelve moderno y disloca los paradigmas de la noble ciencia al punto que en Bolivia los grandes bancos han tenido que aceptar brindar créditos financieros “de palabra” ante el avance del empresariado aymara y sus poco nobles costumbres económicas. Bajo estas visiones no tan “exactas” suceden cosas tan extrañas como que los precios y cantidades no siempre dependan de la oferta y la demanda, sino también de las relaciones humanas, la casería que le dicen, el respeto y la continuidad con el que una se dirija, por ejemplo, a ese maravilloso ser que nos brinda la bendición del alimento en un mercado popular. Los recursos, que son la tierra, son infinitos. Las necesidades, son de la mente, deben ser escasas. El hombre-mujer, chacha-warmi, forma parte no de un centro, sino de un círculo, donde los recursos se reciclan y renuevan, como esa fruta, que aún alimentando a a la familia, puede ser también banquete de pájaros y hormigas, abono de huertas, tejido de redes, confección de cuencos y mates... Y por supuesto: nuevos frutos (semillas).
* Quien quiera ahondar en los laberintos de la economía popular aymara puede consultar mi libro “La Bolivia de Evo (diez años en el país de las mamitas)” y la bibliografía allí sugerida.
















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