Consumo y Ecología



El suelo debajo de nuestros pies.

La población crece, los recursos escasean, y entre crisis ambientales, alimentarias y financieras, la humanidad debate cuál es el espacio a ocupar en los tiempos que se vienen. 

(Publicada por Hecho en Buenos Aires y El Quijote de Papel durante el 2009. Imágenes de Nico Mezquita e Iconoclasistas)


Para algunos es eso que se vende en bolsas de arpillera en los viveros. O esa basura que se acumula debajo de los zapatos, se entromete detrás de las orejas, y hasta se posa impertinentemente en el centro de la camisa blanca recién planchada para el laburo. Para los pueblos originarios latinoamericanos la tierra es la propia madre (la pachamama).
La wikipedia dice: "tercer planeta del Sistema Solar (contando en orden de distancia de los ocho planetas al Sol), y el quinto de ellos según su tamaño".
Hace ya casi cuarenta años, en los albores del nacimiento de los movimientos ecológicos, el científico británico James Lovelock desarrolló la hipotesis Gaia, que ve al planeta que nos contiene como un ser vivo, un sistema autorregulado y capaz de tomar decisiones al igual que nosotros los humanos. "La pachamama anda enojada por el comportamiento de nosotros, sus hijos", dicen hoy los pueblos indígenas, y es precisamente en conmemoración de uno de los primeros actos de protesta contra el deterioro ambiental que desde 1990 se celebra el Día de la Tierra.

"Nosotros de nuestros trabajo con campesinos y pueblos originarios aprendirmos a hablar de territorio, antes que tierra. El territorio incluye la vivienda, la familia, el alimento, el agua, la cultura, la vida. Es un bien social más que económico. Por eso uno de nuestras grandes luchas actuales es contra el desalojo", dice Miriam Bruno, coordinadora del Foro Nacional de Agricultura Familiar (FONAF).
La organización está abocada a una de las funciones más vitales que cumple la tierra para el hombre: la alimentación. Según datos del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, con apenas un 13% del total de las tierras cultivadas de la Argentina, los agricultores familiares cubren un 20% del producto interno agropecuario y un 60% del consumo doméstico de alimentos. Sin embargo, a pesar de este significante aporte a nuestra soberanía alimentaria, en el FONAF se quejan de la falta de apoyo del estado y de la creciente lucha por el territorio que ha llevado al desplazamiento de muchas comunidades campesinas en pos de intereses económicos.
"Cuando la gente habla del campo, nunca habla de esta situación. El desalojo muchas veces es encubierto. Políticos queriendo convencer a los campesinos de que se vayan a la ciudad, que van a vivir mejor. O cuando no te pagan lo justo por tu producción y vos te ves obligado a abandonar tu tierra o alquilarla a un pool sojero", aclara Bruno.
"Frente a un proceso de concentración de tierras los productores son muy débiles y  no tienen apoyo del estado, no tienen subsidios ni capacidad de crédito, porque muchas veces no tienen los títulos de propiedad al día. Ahora en el último año, con la sequía, hemos estado peleando contra los desalojos del Banco Nación por el incumplimiento de los créditos", describe Gabriela Degorgue, representante del FONAF en la Patagonia.

La Tierra también es un negocio.

"En Argentina se ha vivido un proceso de concentración y extranjerización de la tierra que en un principio tuvo que ver con la soja, pero que ya cubre muchos otros intereses. Se trata de un modelo de explotación del territorio basado en el saqueo de los recursos naturales y que en muchos casos se contradice con las prácticas de los habitantes originarios de la tierra. Entonces en complicidad con los gobiernos provinciales llegan personas con títulos de propiedad para desalojar a campesinos que no tienen papeles pero han habitado ahí por generaciones. Frente a esto, algunos, como el Movimiento Campesino de Santiago del Estero, se han organizando y están poniendo el cuerpo", explica Carlos Vicente, representante en Argentina de la organización Grain, que el año pasado presentó un informe titulado "¡Se adueñan de la tierra! El proceso de acaparamiento agrario por seguridad alimentaria y de negocios en 2008".
Allí se advierte que en los últimos años en medio de la crisis alimentaria y financiera mundial muchos gobiernos como Arabia Saudita, Japón, China, India o Egipto han adoptado una política agresiva de apropiación de tierras en el extranjero (en especial en África y América Latina). Por un lado la estrategia tiene que ver con el aumento de la población y la falta de tierras cultivables en los propios países (en pos de garantizar su soberanía alimentaria), pero también obedecen al crecimiento en la rentabilidad de los negocios relacionados con la producción agrícola frente a la merma de oportunidades en los negocios financieros y de servicios, el aumento del precio de los comestibles y el crecimiento de productos sustitutos como los agrocombustibles.
China, por ejemplo, cuenta con 40% de los agricultores pero solamente un 9% de las tierras agrícolas mundiales. Con 1.800 millones de dólares de reservas en divisas, sus diplomáticos han multiplicado las reuniones con gobiernos extranjeros en pos de acuerdos comerciales.
A este creciente interés de los países extranjeros y las empresas multinacionales se contrapone la desidia del estado argentino y la gran mayoría de sus habitantes urbanos.
Aunque parezca mentira, parece no haber datos certeros sobre tenencia de tierras. Ante la falta de estudios gubernamentales, el FONAF ha comenzado a elaborar sus propias estadísticas. El territorio, parece ser, no es una prioridad de las políticas públicas y sus estadistas.

"En este momento el problema más grave de los argentinos, y que quizás sea el de menor conciencia en la población urbana, es la política agraria. El régimen de tenencia hace que la posesión de la tierra tenga objetivos especulativos económicos. Pensar en un país distinto no puede hacerse si no se piensa en cuál debe ser la base agraria.  De lo que se trata es de visualizar la exigencia situacional desde donde repensar y actuar. Evitar que el poder, a través de los medios de comunicación masiva, nos mantenga ocupados con temas secundarios como la seguridad o la crisis financiera, cuando la deuda interna, la insolvencia económica, política, social, cultural y ética del estado argentino sólo se resuelve construyendo de nuevo el país. Y ese nuevo país no podrá ser posible si no nos desembarazamos de muchos desatinos y formidables despilfarros de la cultura urbana que hemos adoptado suponiéndolos parte de un ilusorio progreso", advierte en un reciente artículo el escritor Luis Mattini.

La tierra también es el espacio.

La tierra es el suelo debajo de nuestros pies. Y la pelea por el territorio, la tierra, en las zonas rurales, quizás no difiera tanto de los que muchos porteños vivimos en las combativas horas pico del tranporte público.
"Las Naciones Unidas estiman que más del 50% de la población mundial vive en las ciudades. Y para el 2050 va a ser el 78%. Algunas ciudades están empezando a tomar en serio estos informes para hacer un diseño urbano distinto, de inclusión, no de exclusión, que son los que hay ahora y generan cordones urbanos de miseria. En Buenos Aires tenés 120.000 propiedades vacías. Pero parece que la única política posible es el desalojo. En cambio en Torino una casa vacía paga el triple de impuestos. Entonces los dueños se juntan con cooperativas y el gobierno para hacer proyectos", explica Fernando Ojeda, de la Red Hábitat,  un grupo de organizaciones de la sociedad civil en busca de una "solución integral al problema habitacional a través de asentamientos humanos social, económica y ambientalmente austentables".
Sobre vivienda y territorio urbano, tampoco hay estadísticas certeras. Pero Ojeda aclara: "En los noventas se vendieron casi todas las tierras estatales, que en su mayoría pertenecían a los ferrocarriles. Todas las periferias de los centros urbanos del país se han quedado sin tierras disponibles. Hoy las tierras que quedan en Argentina o son privadas o son del ejército, y como ya no hay ministerio de Vivienda, las personas particulares o las organizaciones no tienen intermediario para acceder a ellas a través del estado".
La Cooperativa El Ceibo, a la cual pertence, surgió en los ochentas entre los habitantes de casas tomadas de Palermo. Al organizarse se dieron cuenta que la primer tarea a desarrollar para proteger su vivienda (habitat, territorio) era solventarse económicamente. La mayoría de ellos eran cartoneros. Hoy la cooperativa, con el apoyo de los vecinos del barrio y hasta a veces (“después de mucho pelear”, confiesa Ojeda) del estado, está concentrada, además de en la concientización sobre las condiciones del habitat, en planes de vivienda, reciclado y promoción ambiental.
"La Ciudad no ha sido nunca un lugar armónico, libre de confusión, conflictos, violencia. La calma y el civismo son la excepción, y no la regla, en la historia urbana. Los comuneros de 1871 pensaban que tenían derecho a recuperar su París de manos de la burguesía y los lacayos imperialistas. Los monárquicos que los mataron, por su parte, pensaban que tenían derecho a recuperar la ciudad en nombre de Dios y la propiedad privada. ¿No estaban todos acaso ejerciendo su derecho a la ciudad? A derechos iguales, constató célebremente Marx, la fuerza decide. ¿Es a esto a lo que se reduce el derecho a la ciudad?¿Al derecho de luchar por los propios anhelos y a liquidar a todo el que se interponga en el camino?", se pregunta en un reciente artículo el géografo y urbanista David Harvey.

La tierra es la identidad.

La lucha por el territorio ha provocado desplazamiento en los campos. Y ese desplazamiento, como no podía ser de otra manera, ha trasladado la lucha por el territorio a los mismos cascos urbanos, provocando una sobrepoblación que a veces parece no tener solución ni retorno (no solo desde el espacio sino también desde el abastecimiento de sus necesidades básicas, es decir el habitat, la soberanía alimentaria).
Pero para los antiguos pobladores de la tierra, esa lucha que hoy es vista con desespero por los habitantes urbanos, no es novedad.
"Nosotros somos un pueblo con una cosmovisión de muchos años que dice que la tierra es nuestra casa, el territorio es nuestra vida. Para nosotros que pertenecemos al pueblo mapuche la toma de tierras tiene que ver con una revindicación de nuestra identidad, recuperar el suelo que fue apropiado por el estado en nombre del progreso para responder a intereses internacionales, que en ese entonces tenía que ver con Inglaterra y la producción de lana. Esos intereses fueron los mismos que actuaron para fomentar la guerra en Paraguay o el despojo de nuestros hermanos indígenas del Chaco.
Desde entonces hemos vivido la intervención del estado que nos impone sus reglas. A nosotros que somos un pueblo nómade nos desplazaron a las peores tierras o a asentamientos urbanos donde pasamos a formar parte de la miseria. Hoy la palabra no es progreso sino desarrollo sustentable, y se buscan otros recursos como petróleo o agua, pero los intereses internacionales son los mismos, y la función del estado también".
Las palabras son de Chacho Liempe, uno de los dirigentes del Consejo Asesor Indígena (CAI) de Río Negro. La organización surgió en el 85 con el fin de recuperar la cultura mapuche y exigir mayor protección del estado. Pero en un trahun (asamblea colectiva) del 97, el CAI decidió que ya era hora de hacer justicia territorial por sus propias manos.
"Decidimos que no podíamos seguir esperando a que el estado escuchara nuestros reclamos y decidimos comenzar a recuperar las tierras. Hoy hay 100.000 hectáreas recuperadas, y hasta la situación legal nos ha favorecido en muchas ocasiones a pesar de la respuesta negativa el estado. Hoy se está tratando de fortalecer que cada espacio sea visto como territorio mapuche y a partir de ahí superar todas las trabas del estado que constantemente busca invisibilizarnos, ocultar nuestra existencia y desarrollo.
Nosotros estamos ofreciendo resistencia a esa realidad y tratando de entender el funcionamiento del estado para ese fin. En los noventas, por ejemplo, se aprobaron un montón de leyes que hicieron mucho más fácil la apropiación de los territorios por parte de las empresas.
Nuestro mayor ingreso en la actualidad es la cría de las ovejas, pero el precio de la lana ha bajado de 12 pesos a 6 y ahora a 4 y probablemente siga bajando. Entonces tenemos que reestructurar nuestra economía para ser más autónomos, dejar de correr detrás del mercado y sus imposiciones. Nosotros ya sabemos que el estado es una traba, y que sólo nosotros podemos generar ese cambio. Pero como me dijo un nehuen (joven) amigo, por suerte tenemos experiencia en soportar hambre".


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Entrevista: Carlos Vicente de Biodiversidad Latinoamérica


La crisis ambiental y productiva requiere estrategias creativas y novedosas, pero sobre todo dejar de lado el viejo paradigma de comodidad y consumo. "Quizás los que yo u otros como yo planteamos es una utopía. Pero lo que deberíamos darnos cuenta es que la verdadera utopía es pensar que el mundo pueda seguir funcionando como está funcionando", aclara el activista ecológico.

(Publicada por Hecho en Buenos Aires y El Quijote de Papel durante el 2009. Foto de Ricardo Ceppi)


“Grain es una organización que nació en Barcelona y lleva 20 años trabajando en la soberanía alimentaria. Empezó  tratando de cambiar las cosas a nivel de los organismos internacionales, pero a lo largo de los años nos dimos cuenta que lo importante era trabajar con los movimientos locales que son los que realmente están haciendo las transformaciones. Hoy solo hay un representante en Barcelona y el resto está desperdigado en América, África y Asia”.
Carlos Vicente representante de Grain en Argentina, es farmacéutico, vive en Marcos Paz, y muy de vez en cuando se acerca a Buenos Aires. A través de su página web, agencia de noticias y revista, Biodiversidad Latinoamerica, difunde las acciones de campesinos e indígenas de todo el continente, organiza seminarios, dicta clases en universidades y en la escuela de agroecología del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase), difunde tozudas investigaciones sobre el avance de los agronegocios, emprende marchas contra los basurales y sus efectos o presenta proyectos de ley para prohibir las fumigaciones con glifosato sobre áreas rurales pobladas.
A pesar de su cordial tranquilidad y su hablar pausado y calmo, es, en el buen sentido de la palabra, un activista.
Y aclara: “La cuestión no es de pesimismo. Soy sumamente optimista pero hay que tener un alto grado de realismo para enfrentar esta crisis. Entonces es importante compartir la información que se tiene y que a partir de ahí cada uno decida como actuar”.

¿Entonces hay esperanza?

Quizás los que yo u otros como yo planteamos es una utopia. Pero lo que deberíamos darnos cuenta es que la verdadera utopía es pensar que el mundo pueda seguir funcionando como está funcionando. Los desequilibrios ecológicos son obvios y ese supuesto desarrollo de Estados Unidos, la Unión Europea o Japón es imposible de expandir. Si todos consumieras como consume un ciudadano de esos países colapsa el planeta.
La Vía Campesina ha sacado un documento que demuestra con datos concretos que los campesinos están enfriando el planeta. Que la agricultura agroecológica no solo puede producir alimentos sanos para todos, sino que por la conservación de los ecosistemas puede ser una contribución muy importante para ofrecer respuestas al cambio climático.
La alimentación y la agricultura no pueden ser un bien de mercado como cualquier otro, porque es una cuestión básica para la subsistencia de de los pueblos. Eso significa tener políticas públicas. En Argentina por suerte está habiendo un debate sobre lo medios de comunicación, se habla de la concentración económica, de los monopolios y el poder que tienen. Me parece fundamental que halla este debate. Pero si uno piensa que la alimentación es algo mucho más básico que los medios de comunicación: ¿Cómo puede ser que permitamos alegremente que una empresa controle toda la soja transgénica que se hace en la Argentina (y que es el 70% del área cultivable)? 

¿Qué se hace frente a esto?

Se está incrementando fuerte la reacción de la gente. Está habiendo un efecto multiplicador de eso que fue la movilización de Esquel contra la minería o las primeras reacciones de los movimientos campesinos frente al avance de la soja y las fumigaciones. Hoy se está empezando a hacer un fuerte tejido alrededor de lo que son las organizaciones locales, la unión de asambleas ciudadanas, la campaña Paren de Fumigar o la lucha del Movimiento Nacional Campesino Indígena. Entonces yo espero y creo que se esta avanzando en una alianza en la cual por un lado se pueda cuestionar con más fuerza este modelo de saqueo y contaminación, y por otra lado se puedan ofrecer las respuestas que hacen falta para defender las economías y las autonomías locales. La gente que está contra el modelo de la minería tiene proyectos productivos agroalimentarios o emprendimientos turísticos con un fuerte potencial de desarrollo. Y el Mocase, por ejemplo, cuenta con numerosos proyectos productivos de alcance nacional.
Pero sin duda, cuando uno dice, ahora ya son 20 millones de hectáreas de soja en la Argentina, se está por iniciar Pascal Lama como proyecto minero trasnacional con todo el apoyo de Bachelet y Cristina Kichner, es muy claro que la agudización del saqueo es cada vez más tremendo.

También ha aumentado la represión

Cada vez es más la concentración de poder y cada vez hay más impunidad. Sobre todos estos grandes poderes corporativos, se manejan cada vez más brutalmente.
Hay un cruce de intereses económicos, políticos y policiales. Las violaciones a los derechos humanos de campesinos e indígenas en Argentina son cosa de todos los días. Recientemente el Movimiento Nacional Campesino Indígena ha presentado en Ginebra, ante las Naciones Unidas, un informe al respecto. Dentro de 20 o 30 años va a haber que reconocer que se está produciendo un genocidio y un ecocidio dramático en nuestro país.
El modelo este de paramilitarización es un modelo feudal y es en las provincias donde más predomina. Por suerte hay un avance en las denuncias y las reacciones se multiplican cada vez más rápido. Entre otras cosas porque los medios electrónicos o alternativos logran amplificar las cosas que antes quedaban silenciadas. Sin ir más lejos, hace dos meses hubo un atentado a una de las radios del Mocase y la denuncia circuló por toda Ámerica latina y las muestras de solidaridad fueron muchísimas.

Acá en Buenos Aires también hay una fuerte campaña de desalojos. Sin embargo al igual que en la crisis 2001, donde muchos reaccionaron después de años de protestas en el interior, parece que recién ahora los porteños nos estamos desayunando de esta violencia corporativa con complicidad de los gobiernos de turno.

Es cierto que mucha gente conciente de la ciudad reacciona sin tener conciencia que eso es moneda corriente de todos los días en buena parte de la Argentina. Ahí vuelve a ser importante el papel de los medios alternativos.
Y en eso es fundamental crear redes de solidaridad entre lo urbano y lo rural. La mayoría de la gente que vive en esta ciudad no sabe lo que come, de donde viene, quien lo produce, cuanto viaja y cual es el costo real que eso tiene. Y si la gente no empieza a hacerse cargo de lo que se alimenta, es muy difícil hacer el cambio.
Por eso son importantes las experiencias como la del Galpón de la Mutual Sentimiento o la Huerta Orgázmica y es importante la solidaridad frente al desalojo de estos espacios.
Esta sociedad es inviable, no hay un futuro del capitalismo, del consumismo. Entonces todas las experiencias, desde los proyectos autogestivos de la ciudad a los campesinos, o la gente que vuelve al campo buscando una alternativa diferente de vida, son las semillas de lo que va ser. 


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2010 Odisea del Consumo

El tiempo avanza. Para algunos rumbo a un inevitable apocalipsis, pachakutik, o fin de siglo maya. Lo cierto es que la noción de que la situación comienza a agravarse en diversas áreas de la humanidad y el planeta ha alcanzado los más impensables lugares de la agenda mundial. En tiempos de globalización y consumo, confusión y sobreinformación, la tarea individual cobra especiales dimensiones.

(Publicada por El Quijote de Papel durante el 2010. Dibujos Ignatz B y Fer A)



Año 2010 El tiempo pasa cada vez más rápido opina la gente en los subtes, algunas voces apocalípticas predicen el fin del mundo, los seguidores del calendario maya sitúan un cambio planetario en el 2012, las voces aymaras hablan de inundaciones (el pachakutik). Las advertencias aisladas de algunos ecologistas en los setentas son hoy comentario de diarios, revistas, superproducciones de cine, documentales e inútiles reuniones de líderes del primer mundo y, por supuesto, el asiento caliente de algún taxi porteño.
Ya la Cumbre para la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 advertía: “las principales causas de que continúe deteriorándose el ambiente mundial son las modalidades insostenibles de consumo y producción, particularmente en los países industrializados”. Las cifras eran: 15% de la población mundial que vive en los países de altos ingresos es responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% más pobre solamente del 11%. Si toda la población del mundo viviera como un habitante medio de los países de altos ingresos, necesitaríamos otros 2,6 planetas para abastecernos.
El panorama no ha cambiado. Y a pesar de que los medios, los gobiernos y muchos renombrados académicos y científicos sigan intentando convencernos del desarrollo o el crecimiento económico (con su bendita teoría del derrame) es la solución a todos los males. La realidad es latente e innegable: poco para muchos, mucho para pocos. Los recursos se agotan, reduciendo la lista de aquellos que pueden estar entre los privilegiados de vivir tal cual dictan las publicidades y parámetros del promovido éxito social (american way of life).
“No había ocurrido jamás. Por vez primera en la historia económica moderna, tres crisis (financiera, energética, alimentaria) están combinándose y agravando de modo exponencial el deterioro de la economía real. Nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud, cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir”, advirtió el año pasado el ex Director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet.
Las variables sociales no son alentadoras, sobre todo en los países desarrollados. En Europa el desempleo llegó a su máximo en 11 años (9,7%) y en EEUU prevén un récord del 10% para fin del 2009. De acuerdo a la OIT, unas 50 millones de personas en todo el mundo podrían perder sus trabajos este año y más de 1.000 millones pasarían a ser calificados como “pobres”. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos anunció que el país cuenta con 49 millones de personas sin acceso a una alimentación adecuada. El índice más alto desde 1995 (cuando en el norte recién se empezaba a hablar de “seguridad alimentaria”).
“Muchas transnacionales han aumentado sus beneficios durante la crisis alimentaria y han jugado un rol principal al incrementar el hambre en el mundo mediante la toma de control sobre el sistema alimentario y los recursos productivos como la tierra y el agua, excluyendo a campesinos y campesinas. Estos actores privados han presionado por cambiar los modelos agrícolas de producción, forzando a modos productivos intensivos e introduciendo tecnologías y políticas como los agrocombustibles, los transgénicos y la liberalización del comercio con el único interés de incrementar sus beneficios. Las deslumbrantes fallas de estas estrategias corporativas de las transnacionales frente al sistema alimentario son evidentes dadas las estadísticas que demuestran el constante aumento en las cifras de las personas que sufren de hambre en el mundo”, dice la declaración de la Via Campesina durante el foro “Soberanía Alimentaria Ya”, paralelo al Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria en Roma. Sólo 200 empresas en el mundo concentran el 70% del total del comercio, 82% del mercado comercial de semillas está bajo propiedad intelectual y diez empresas controlan 67% de ese rubro. Los 10 mayores procesadores de alimentos (Nestlé, PepsiCo, Kraft Foods, CocaCola, Unilever, Tyson Foods, Cargill, Mars, ADM, Danone) controlan el 26% del mercado, y 100 cadenas de ventas directas al consumidor controlan el 40% del mercado global. El supermercado WalMart, es la empresa más grande del mundo, siendo la número 26 entre las 100 economías más grandes del planeta, mucho mayor que PBI de países enteros como Dinamarca, Portugal, Venezuela o Singapur.
En contraste la Via Campesina ha mostrado informes que demuestran que el cultivo orgánico a pequeña escala no solo no contamina sino que esta “enfriando” el planeta. En Argentina, según informes del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura con apenas 13% de las tierras cultivadas los agricultores familiares cubren el 55% del consumo interno de alimentos y el 80% del empleo agropecuario.

¿Qué hacer? (quehacer)

Claro que de la información a la acción, del deseo a la intención y de la ciudad al campo, hay una distancia.
Paso por paso. Insertos en esta sociedad de consumo, frente a tanto agobio informativo, al constante desencanto por la labor de los políticos y las empresas (o la política en mano de las empresas), a la falta de conciencia general, el quehacer individual ha pasado ha estar al frente de la agenda de cualquier persona conciente. Y quehacer individual no es individualismo, sino quizás todo lo contrario, acciones que tomen en cuenta una matriz de utilidad o satisfacción que incluya como variables factores ajenos a nosotros como el bienestar de nuestros semejantes, la tierra u otros seres vivos.
Mal que nos pese, el consumo es hoy en día una matriz que nos identifica. Ya sea porque elegimos usar el celular más caro a modo de ostentación o decidimos dejar de usarlo por las denuncias sobre el impacto en la salud de la población. Entremedio hay millones de argumentos de índole personal, laboral, social, económica o ecológica.
“El consumo crítico no es un llamado a no consumir nada. Sino a ser conciente de cuales son las implicancias de nuestros consumos, y en base a esa información incorporar el costo social de nuestro consumo”, explica la periodista canadiense Naomi Klein.
Las decisiones pueden ser diversas. No comprar ciertos productos por los recientes estudios sobre el perjuicio a la salud de químicos y conservantes o por las denuncias que recibe la empresa por violación de los derechos humanos en algún país lejano (o no tanto). O comprar cosméticos o productos de baño que no hayan sido experimentados en animales, o productos que nos aseguren que las personas que han trabajado en él han recibido un salario digno. Lo importante es ver la etiqueta. Consumir de manera crítica, conciente.

“Me gusta que la comida no tenga tanto proceso, que a los animales se los cuide un poco más, comer cosas que hacen bien al cuerpo y poder interactuar con la persona que es la que hace la comida. No ir al supermercado y comprar cosas envasadas que tienen químicos y fechas de vencimiento”, es la explicación de Romina (diseñadora de indumentaria) a la hora de elegir el buffet de El Galpón, el mercado de productos agroecológicos que hace años funciona al costado de la estación Federico Lacroze en Chacarita. El emprendimiento nació como parte de la Mutual Sentimiento, una espacio recuperado donde además se pueden comprar remedios genéricos, asistir a cursos de huerta orgánica, clubes del trueque o talleres culturales. Comprano en el Galpón no solo se apoyan estas iniciativas sino que se ocupa también un espacio, que como tantos otros, están amenazados de desalojo.
Otra opción son las Ferias del Encuentro, un feria de producciones autogestivas, con verduras orgánicas, artesanías, publicaciones, películas, música, ropa, calzado, cremas naturales, productos de limpieza y feria de usados que se realiza en la plaza Giordano Bruno, a metros de donde alguna vez existió la Huerta Orgazmizca y el Centro Cultural de La Sala (antes de las topadoras del gobierno de la ciudad).
 “Un buen productor para nosotros es un productor que procure buena calidad sin productos químicos, pero que además produzca su propio alimento, le importe el bienestar de su familia y la de otros, tenga una buena relación con su vecinos, se asocie con ellos, que su objetivo no sea solamente la producción y ganar dinero. Es otra la visión de la agricultura, es integral, mas sistémica, mucho más compleja organizativamente”, cuenta Lalo Bottesi, integrante de Iriarte Verde, una distribuidora de verduras orgánicas que participa de las Feria del Encuentro y hace reparto semanales a domicilio. El proyecto surgió como parte de la cooperativa agroecológica Icecoop, que brinda asesoramiento técnico y distribuye el multicorte, un nuevo sistema de arado que daña menos la tierra y puede usarse tanto a pequeña como gran escala.
“Si uno tiene una mirada global se da cuenta que el sistema agrícola y ganadero mundial, sumando el transporte, es responsable del 50% de los gases del efecto invernadero. Ahí vos decís: no podemos seguir llevando en barco las cosas de un lado al otro del mundo cuando se pueden producir localmente. La mayoría de la gente que vive en esta ciudad no sabe lo que come, de donde viene, quien lo produce, cuanto viaja y cual es el costo real que eso tiene. Y si la gente no empieza a hacerse cargo de lo que se alimenta, es muy difícil hacer el cambio. Por eso son importantes las experiencias como la del Galpón de la Mutual Sentimiento o la Huerta Orgázmica y es importante la solidaridad frente al desalojo de estos espacios.  Esta sociedad es inviable, no hay un futuro del capitalismo, del consumismo. Entonces todas las experiencias, desde los proyectos autogestivos de la ciudad a los campesinos, o la gente que vuelve al campo buscando una alternativa diferente de vida, son las semillas de lo que va ser”, explica comiendo una tarta del Galpón Carlos Vicente de Biodiversidad Latinoamerica.

Para todos los gustos

Y los proyectos autogestivos y solidarios, de consumo crítico, no se limitan a la verdura.
"No juntamos en la Asamblea Popular de Caballito Gastón Riva con la idea de transformar nuestra vida cotidiana. Uno de los ejes de trabajo fue la economía social, y así nació un grupo de consumo llamado Coonsumando, de donde surgió Autogestión en Red que nuclea experiencias de producción, servicios, comercialización y consumo. Nos organizamos para conectarnos con otras cooperativas y poder llegar a productos para ponernos de acuerdo en las compras. Tiene tres patas, comprar algo que pueda ser accesible, que se saludable, y la parte más social, de saber a quien se los estamos comprando, tratar de verificar que las cooperativas funcionan como tal, tratar de suprimir las relaciones de explotación en el consumo de mercancías", explica Martin Cartuk, integrante de Burbuja Latina, una pequeña cooperativa de producción y venta de productos e limpieza.
"Burbuja Latina comenzó siendo el intento por darnos una fuente de trabajo a quienes nos fuimos encontrando en la asamblea Gastón Rivas de Caballito. A partir de una compañera que es técnica química que nos fue enseñando. Somos ocho personas que trabajamos detergentes, desodorantes, jabón en polvo. Hay otros grupos de trabajo: cerveza artesanal, imprenta offset, fotoduplicadora, xerigrafia...", cuenta.
Desde otro lado de la ciudad, Laura Sotelo cuenta: “Después de la crisis del 2001 comenzamos a inventar otras formas de trabajar, producir nosotros nuestro mismo trabajo acá en el Bajo Flores. Hacíamos un taller de serigrafía para adolescentes y se pensó en armar una imprenta. Al principio fue a los tumbos con castillos de cristales en el aire, y éramos muchos. Fue difícil que saliera algo sustentable, pero fue un espacio importante de contención. Hoy somos un grupo más reducido pero funcionamos con alianzas con otras organizaciones y dentro de la Asociación Civil Proyecto Bajo Flores. Tenemos una línea de servicios para la producción de afiches y volantes y otra línea editorial que es nuestra, de agendas, revistas y remeras. Además damos cursos de serígrafía, comunicación, diseño y cocina”.
Y como si fuera poco, las organizaciones sociales también se las han ingeniado para que los productos de la economía social lleguen a tu casa:
"Estábamos con poco laburo en el 2003, y había alguna experiencia de militancia con el movimiento de desocupados y estaba el problema de venta y distribución de productos. En realidad no vendemos las cosas, no es que nuestro tiempo de trabajo se va en vender. No hay una energía de vender, como vendedores somos un desastre, nos sabemos. Nosotros el laburo que hacemos es recibir lo pedidos, armarlos, llevar las cosas y recibir el dinero. Y también nos encargamos de conseguir financiamiento para poder tener stock porque trabajamos con organizaciones que necesitan el dinero para producir, que hay que pagarlas en efectivo", explica Javier Di Matteo, de la Cooperativa Puente del Sur que distribuye productos del Movimiento Campesino de Santiago del Estero, la Unión de Trabajadores sin Tierra de Cuyo, el Encuentro Calchaquí de Salta, Cooperativa de Productores Vitivinicolas de Cafayate (que hace el Vino Trassoles), Cooperativa Martín Fierro de Moreno (gallinas ponedoras), Cooperativa SG Patria Grande (bolsas de residuos), Cooperativa EFA (que produce Pasta Sur), Burbuja Latina, Grissinopoli, Don Matias (fábrica recuperada de snacks), Titraiju (yerma mate) o una cooperativa indígena de San Juan de la Sierra que produce azucar integral. Hay productos de 20 organizaciones sociales y ocho familiares que cubren los productos básicos de la canasta familiar.
“Somos productores y trabajadores rurales que nos organizamos para mejorar nuestras vidas y la de la comunidad. De la tierra producimos nuestros alimentos y creamos trabajo, por eso es fuente de vida y riquezas, y debemos respetarla y cuidarla. Construimos un trabajo cooperativo con el objetivo de que nuestro esfuerzo sirva para el bien común, y el fruto del trabajo sea para quienes trabajan. A esto llamamos trabajo digno. Nos organizamos cooperativamente, sin jefes ni punteros. Pensamos que debemos debatir y decidir entre todos y todas las cosas que vamos haciendo y luego llevarlas a cabo con compromiso y responsabilidad. Las producciones son realizadas por familias o grupos de compañeros de manera cooperativa. Buscamos que de nuestro esfuerzo podamos vivir dignamente. Además de producir nos organizamos para otras tareas que hay que realizar: elaboración de proyectos, comercialización..”, dicen desde la Cooperativa de Trabajadores Rurales. Para los que piensan que “otro mundo es posible”, hay muchas opciones concretas que van más allá del discurso y que si bien requieren un poquito de organización, esfuerzo y cambio de hábitos, no están tan lejos de la mano.

Voto con la Mano

“Podemos comprar un televisor de la marca Samsung, que fabrica también vehículos de combate, sistemas de guía de misiles, aviones de guerra y otros equipamientos militares o un yogur que ha podido viajar 9.000 kilómetros antes de llegar al estanteMientras, numerosas empresas que se lanzan a iniciativas loables como producir alimentos ecológicamente o instalar energías renovables, cierran porque no venden lo suficiente. Claro que muchas veces, por falta de información, no podemos ser conscientes de los procesos que implica nuestro consumo. Otras veces, no conocemos, o no tenemos a mano alternativas. Pero en muchos otros casos, y éstos son los interesantes, simplemente seguimos haciendo lo norma” porque nos falta costumbre de hacer lo diferente. O quizás porque no le damos suficiente importancia”, explica.Toni Lodeiro, autor de Consumir menos, vivir mejor (Ideas prácticas para un consumo más consciente).

“Y aunque nunca votaríamos a partidos que promoviesen políticas de explotación infantil o destrucción medioambiental, apoyamos y financiamos con nuestras compras prácticas contrarias a nuestros valores. La compra es una forma de participar, de opinar. Igual que cuando hay elecciones optamos entre los programas de los diferentes partidos apoyando al que más nos convence, cuando compramos optamos entre los valores de las diferentes empresas, financiando con nuestra compra su actividad”, agrega el experto.

De pronto el gran caos mundial cabe en una cajita, se levanta la mirada y en frente hay una persona que cultiva la tierra o ensambla un juguete, tenemos el mismo poder que la ONU o el congreso nacional, en nuestras manos está la decisión.

“En todo caso, delinear la economía del mañana es tal vez la parte menos relevante de nuestras preocupaciones futuras. La diferencia crucial entre los sistemas económicos no reside en su estructura, sino más bien en sus prioridades sociales y morales. El objetivo de una economía no es el beneficio, sino el bienestar de toda la población. El crecimiento económico no es un fin, sino un medio para dar vida a las sociedades buenas, humanas y justas”, aclara Eric Hobsbawm.


RECUADRO: Economía de pies descalzos

Manfred Max Neef, es economista, fue empleado de Shell y la OEA. Un día decidió renunciar y volver a su Chile natal para desarrollar teorías como la de la Economía Descalza o el Desarrollo a Escala Humana, que le valieron el Premio Nobel Alternativo.en 1983.
Max Neef inventó el Ecoson, una medida estadística que mide la cuota de consumo de energía de un ciudadano que satisface sensatamente sus necesidades básicas sin marginar a nadie y en armonía con el planeta. Aplicando ese indicador a la población mundial llegó a la no sorprendente conclusión de que los países industriales consumen demasiados ecosones. Según sus estudios, el 5% de los ecosones consumidos en los diez países más ricos del mundo equivalen a todo el consumo de ecosones de la India.
El académico también ha diagnosticado recientemente que el mundo actual vive una “triple crisis”, compuesta por “el crecimiento exponencial del cambio climático, el fin de la energía barata y la extensiva disminución de recursos fundamentales para el bienestar humano”. La causa: “el paradigma económico dominante que propende al crecimiento económico a cualquier costo y estimula la acumulación y la codicia corporativa, el uso incontrolado de combustibles fósiles, la aprobación del consumismo como ruta a la presunta felicidad, la destrucción de culturas tradicionales a fin de imponer modelos económicos industriales, un evidente desprecio por los límites planetarios en relación a la disponibilidad de recursos y por último la sobrepoblación”.
“Estamos en un mundo que se ha acostumbrado a que nunca hay suficiente para los que no tienen nada, pero siempre hay suficiente para los que tienen todo”, afirmó recientemente el economista, dando como ejemplo los 700 mil millones de dólares del salvataje financiero en Estados Unidos frente a los informes de la FAO de que el hambre está afectando a 1.000 millones de personas y que la ayuda necesaria para salvar estas vidas sería de 30.000 millones de dólares.
Como solución Max Neef apoya el “decrecimiento económico” y asegura que el mundo “debe ir hacia sociedades que puedan ajustarse a menores niveles de producción y de consumo favoreciendo especialmente las economías locales y regionales. El nuevo paradigma significa que comencemos a mirar hacia dentro más que estar todo el tiempo mirando hacia fuera”. “Hemos llegado a un punto en que en lugar de que la economía esté al servicio de las personas, son las personas las que deben estar al servicio de la economía”, concluye.

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Una familia muy normal

Dejaron sus comodidades en la gran ciudad y se lanzaron al campo en busca de una nueva forma de vida. Hoy el experimento de estos gringos locos, la permacultura, se conjuga con las viejas recetas de los pueblos originarios a la hora de abastecer nuevas formas de producción y consumo.

(Publicada en Rolling Stone en el 2007. Dibujos: Joaquín Espinacas)



El planeta esta en peligro. Eso ya los sabemos. Ya lo dijeron hace casi cuarenta años el Club de Roma o James Lovelock (para ahora, cansado de repetirlo, apoyar la energía nuclear como única alternativa). Lo dijo Jay Kay en los noventas. Y hasta el ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, ha metido ahora manos documentales en el asunto. Hoy en día el calentamiento global ha saltado a la palestra de los medios informativos, y por supuesto, al cálido asiento trasero de cualquier taxi porteño.
Pero: ¿Qué hacer?


Gustavo es veterinario, pero se ha pasado casi un tercio de sus cuarenta y ocho años de vida dándole mente a la inquietante pregunta. De militante de izquierda pasó a activista ecologista en los ochentas. En los noventas fundó una asociación civil para difundir su brillante solución: una sociedad tribal independiente de las corporaciones y la sociedad de consumo. Cansado de que nadie le hiciera caso, decidió meterse en el barro (y de paso alejarse de toda esa manga de ignorantes) y vivir él mismo la experiencia (arrastrando a su mujer, sus hijos, y ahora, hasta su madre).
Para enterarse como funcionó el experimento hay que alejarse hora y media de la capital hasta la localidad de Navarro, al campo de veinte hectáreas que desde hace más de una década se ha transformado en la Ecovilla Gaia.
La imagen es digna de la Utopía de Tomás Moro, o la isla de Pala de Aldous Huxley. O cualquier relato de ciencia ficción o realismo mágico hippie.


Cocinas y calefones que funcionan con el calor del sol, hornos de barro que gastan doce veces menos que lo normal, canales de plantas acuáticas que purifican el agua, huertas que casi no necesitan ser trabajadas o rociadas con pesticidas o fertilizantes y que son la base de suculentos almuerzos vegetarianos, casas de barro con todas las comodidades de la vida moderna, construidas con técnicas de meditación y modelado artístico, orientadas hacia el sol de manera que sean calientes en invierno y frescas en verano, aisladas con “ecotelgopor pampeano”(una mezcla de pasto y arcilla líquida), con jardín en el techo, calefacción central a leña, computadoras, heladeras, lavarropas, y baños secos.
“Alguien dijo que cuando la mierda sea útil los pobres van a ser ricos. Nosotros lo estamos poniendo en práctica. En una época donde está pasando a ser un recurso invalorable, una familia tipo utiliza al año una pileta olímpica de agua potable para convertirla en otra de desperdicios. Nosotros nos ahorramos las dos. Debajo del inodoro hay una cámara donde hemos hecho un cultivo de lombrices rojas californianas y bacterias especiales que amorosa y desinteresadamente transforman la materia fecal en el mejor de los humus. Y sin olores. La orina (que se vierte por separado), disuelta en agua, se convierte en el mejor de los fertilizantes”, cuenta Gustavo.
Nada que envidiarle al baño de casa, pienso mientras me pregunto donde hay que firmar para vivir en este maravilloso lugar donde los niños juegan en casitas de barro o corren entre los árboles (1.000 especies, entre ellos el ginko biloba, que cura los efectos de la radioactividad) o la huerta (220 especies comestibles o medicinales, algunas insospechadas como la quinua boliviana, el tomate de árbol colombiano, papas del aire, o el topinambu, un tubérculo del norte de Canadá con un gusto entre alcaucil y papa, que se cosecha durante el invierno). Y todo sin pagar facturas de luz.
“Vivimos gracias al sistema de una multinacional con 3.000 millones de años de antigüedad que no nos pide más que dejarla hacer su trabajo sin dañarla”, explica Gustavo frente a los tres molinos de viento que dan energía eléctrica a su quijotesco proyecto.
“En la ciudad yo apagaba las luces para pagar menos. Pero no sabía de donde venía, ni si estaba destruyendo el planeta. Acá es diferente, no solo porque son energías renovables, sino porque uno se vuelve conciente del uso. No podemos usar más de lo que generamos. Cada vez que vamos a usar algo tenemos que saber si hay carga. Quizás viene un curso y queremos que la gente vea videos educativos o enchufe su computadora, y hay otras cosas que no se pueden usar. Cuando el viento está a full podemos usar de todo”, cuenta Mónica, que era terapeuta corporal hasta que se enteró que había gente practicando la permacultura (esa técnica de la que había leído mucho pero que creía asunto de lugares remotos) a pocos pasos de su casa. Con su pareja Jorge (electricista) vendió su departamento en Almagro y dejó sus grupos de armonización para incorporarse a la Ecoaldea.

Antonio, en vez de vender, compró casa, en su camino a la permacultura, ese vocablo  entre permanente agricultura y cultura, inventado por los australianos Bill Mollison y David Holmgren a mediados de los setentas, y que hoy parece ser una de las grandes soluciones para la crisis planetaria.
La historia de su “anterior vida” es más o menos así: “uno de mis pecados ecológicos fue trabajar para la central atómica Río Tercero. Ganaba mucho, pero gastaba más de lo que ganaba. Vivía en la bicicleta delante de un camión. Mi último empleo fue en YPF, ya no ganaba tanto. Y di un salto en la oscuridad. Me anoté en un retiro voluntario. Dejé de tener empleo y me compré una casa (un ph en Villa Martelli). Tenía mucho miedo. Estuve casi dos años sin ganar un peso. Pero tenía un profundo deseo de dedicarme a esto. Uno diría que fue valiente el cambio de vida. Pero no. Yo no se si soy ecologista o vivo. Creo que soy mas un vivo que quiero vivir gratis que un ecologista. Ahora soy un vago (porque no hago más que lo que quiero hacer) y un sinvergüenza (porque cobro por hacerlo)”.
Antonio escribe libros y da clases de permacultura en una huerta comunitaria frente a las vías del tren de la estación Colegiales. Enseña asuntos tan locos como cultivar en techos, árboles, paredes, interiores, mesadas, patios, jardines, veredas y rincones; reciclar pilas; construir con materiales ecológicos y baratos; hacer desaparecer la basura sin líquidos ni olor a podrido (“la mayoría vive en departamento, octavo piso”); producir agua mineral con plantas naturales; mantener las bacterias de la casa (“limpian, desodorizan, desinfectan, cuidan los dientes, la salud, purifican el agua y conservan los alimentos, y encima no compramos artículos de limpieza”); instalar calefones solares (“en Barcelona ahora hay una ley para que el 30% del agua caliente de los hogares sea de este tipo”); convertir motores en generadores (“eso es de ciruja, el día que descubrí como usar un motor de aspiradora yelmo para cargar las baterías, no lo podía creer”) y la tecnología “Copani” de energía solar.
“Hay muchos libros, pero se escriben en el hemisferio norte. Vos abrís y ves 300.000 dólares. Cerrás el libro y no haces nada. Yo me corte la luz hace diecisiete años. Hacerlo sale 1.000 pesos. Y no me preguntes cuánto es el mínimo, cuándo vence, dónde está Edenor. No lo sé. Tengo luz, música, televisor, computadora, impresora, scanner, grabadora de cd, portero eléctrico, contestador telefónico, y un lavarropas (para este ultimo gaste 1.800 pesos mas)”, explica.
“La permacultura propone vivir muy bien en la abundancia, pero sin generar desperdicio. Hay gente que hace sus meditaciones, dicen vivir en armonía con la naturaleza, y después ponen su basura en la bolsita. Para vivir en armonía con la naturaleza hay que hacerse cargo de sus propias necesidades y manejar correctamente la energía y los desperdicios. Soy el único que yo veo que va a al supermecado con la bolsita para la verdura, y en la caja cuando le digo que no quiero bolsa me miran aterrorizados.
Si cada uno que tiene sed va a excretar una botella de agua plástica, a donde vamos a parar. Lo que tenemos que hacer es nuestro purificador de agua con plantas acuáticas. Que además una vez que tomaste esa agua no hay agua que te guste. Ni el agua mineral.
Igual con los desperdicios. Cuando digo pueden tener un compost hasta debajo de la cama, me escuchan con una música de fondo que dice: cuanto laburo será eso. Y no cuentan cuanto laburo es tener que vestirse todas las noches para ir a sacar la basura”, aconseja mientras me pasea por la huerta mostrándome formas económicas de hacer un regador automático; o como detectar las plantas “enemistadas”; o la quinua bonaerense, un planta que nada tiene que ver con la boliviana, pero que cual papacho, en un corto período de tiempo, deja la tierra blandita y lista para cultivar.
“A la larga no se poda, no se siembra nada. En vez de utilizar veneno como en la huerta clásica, o repelentes caseros, como en las huertas orgánicas, se hace un pacto con los bichos. Trabajamos con la naturaleza, no contra ella, por eso trabajamos tan poco. Mira los callos que tengo”, me dice mostrándome irónicamente las manos.
En Gaia, por ejemplo, siembran el rábano llamado crane o rusticano. No es que sea especialmente sabroso, pero tiene una gran proporción de minerales que obtiene a través de unas raíces bien profundas. Es está característica la que lo hace uno de los alimentos preferidos de las langostas, que no sólo dejan de lado el resto de la huerta, sino que al morir, fertilizan el suelo.

Cómo Gustavo, Mónica o Antonio hay muchas personas en la Argentina y el mundo. El mes pasado cerca de Brasilia se realizó el IPC8 la reunión bianual del Global Ecovillage Network (GEN) una red de ecovillas que nuclea entre otras a la de Auroville (India) y  Sarvodaya (con 11.000 comunidades en Sri Lanka), encargadas de albergar y dar de comer a los damnificados del tsunami asiático.
“Hubo gente de 60 países intercambiado propuestas. Uno de los grandes temas fue el de los agrocombustibles, esto de exportar alimentos para los motores de los vehículos de Estados Unidos y Europa. En México el costo de la tortillas subió tres veces, porque el maíz se esta usando para etanol. Y esto afecta a todos, a los ricos y a los pobres, todos comen tortillas. Entonces hablamos de favorecer las redes de permacultura para favorecer sistemas eficientes de producción de alimentos y uso de energía”, cuenta Gustavo.
En el mismo mes cerca de San Pablo se realizó la reunión de la Red de Ecoaldeas de las Americas (ENA). “En estos últimos años lo que se ve es que ha aumentado la conciencia ambiental. Ahora hablar de cambio climático no es cosa de delirantes. Y como la permacultura es una propuesta concreta para solucionar esto, nos coloca como movimiento en un lugar de atención”, cuenta Silvia (44 años, ex terapeuta ocupacional), pareja de Gustavo y miembro de Gaia junto a sus hijos Tobías y Cecilia (además de las abuelas Alicia y Marta).
Es ella la que ante mi deseo manifiesto de firmar el registro de incorporaciones a este maravilloso mundo me aclara: “Todo esto da mucho trabajo, y nosotros somos claros en eso. No es un cuento light: poner un tomatito, hacer la casita, la familia Ingalls ya no va en estos tiempos. Pero cualquiera lo pueda hacer, cualquiera que este dispuesto a poner toda su energía, todo su amor, toda su vida. Y cuando haces eso, el universo conspira, porque el planeta es el primer interesado.
La gente piensa que uno con esto va a perder calidad de vida, y es al revés. Solo que ya no estas en una postura pasiva de consumir el confort de afuera. La propuesta de la permacultura es convertirte en un productor activo y conciente en todo sentido: recursos, energía, alimentos, ideas, sumarte a la abundancia de la naturaleza, que es pura riqueza, puro milagro. Cuando la gente viene acá y ve las construcciones, la vida simple pero digna y feliz que vivimos, piensa que puede haber algo distinto. Tampoco son herramientas complicadas ni complejas. Es solo dar un paso conciente de empoderamiento solucionando el problema sin sentarse a esperar que el gobierno o las corporaciones lo hagan”


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Pertenecer tiene sus privilegios

Muchas son las personas que día a día trabajan en las empresas sociales. Javier Jiménez y Jorge López Treller de la Cooperativa Pupore cuentan como se construye la alternativa.

 (Publicado en la Revista de la Red de Empresas Sociales en el 2009. Fotos: Augusto Famulari)

Pupore tuvo dos nacimientos. Primero como la Cooperativa Desde el Pie, surgida en el 2001 como emprendimiento productivo del Barrio Cooperativo Gregorio de Laferrere. Luego en el 2006, como desprendimiento de esta iniciativa.
“Fue una historia larga relacionada con el cobro igualitario de los salarios. Finalmente tras varias asambleas, la mitad de los compañeros decidimos retirarnos. Arrancamos con Pupore de cero”, cuenta Javier Jiménez, parte de la historia.
Ya con experiencia acumulada en el rubro de la confección de calzados, el nuevo emprendimiento trajo nuevas estrategias: “Nosotros no sabíamos en que línea tirarnos. Siempre hacíamos modelos. Y no teníamos plata, capital, para hacer esos modelos. Ahora el calzado tiene una temporada de tres meses. Nosotros estábamos por sacar una línea y ya terminaba la temporada. Esa fue la experiencia de Desde el Pie. Tardamos mucho en hacer crecer la cooperativa. Por eso en Pupore elegimos un calzado de seguridad, que se usa todo el año y no necesita tanto capital. No tenemos que cambiar de horma o de materiales cada tres meses”, explica Jorge López Treller, también miembro de la cooperativa.
Hoy Puporé funciona en un espacio que le ha cedido la Cooperativa Biodevoto, ya tiene 70 clientes y acuerdos de comercialización con la municipalidad de San Justo y la organización Altra Economía, produce 60 pares por día y tiene capacidad para producir 100. Son trece personas que ganan entre 400 y 500 pesos por semana.
“Eso es lo que se luchó. Antes era llevarte 30 o 50 pesos por semana. La estuvimos piloteando pero fue bastante jodido. Éramos seis y teníamos que producir y salir a vender todo. Vendíamos en ferias, donde fuera”, cuenta Javier.

¿Cómo ven la diferencia de trabajar en una empresa social?

Jorge: Yo vengo de trabajar en una empresa privada, de ser obrero de una metalúrgica. Cuando me quedé desocupado me acerqué ahí a la cooperativa que estaba en el barrio. Eso fue en el 2001, la época más difícil. A raíz de la crisis la gente tuvo que tomar conciencia y hacer valer su trabajo. Trabajar en una empresa privada es feo. Yo trabajé y me trataron pésimo. En cambio cuando entré a la cooperativa yo no sabía nada de calzado y se me dio el lugar para aprender. Cuando uno va conociendo lo que es conectarte con gente distinta, uno piensa de otra manera. Yo veía una marcha y estaba a las puteadas. Y ahora estoy del otro lado, y me doy cuenta que capaz estoy reclamando algo para ellos y ellos ni enterados, porque no están participando de las cuestiones sociales. Nosotros desde Pupore siempre apoyamos las movidas sociales.

Javier: La gente viene de afuera pensando que solo van a ganar plata. Pero de a poco van llegando y ven como es una cooperativa y van cambiando la forma de pensar.

Jorge: Todos ganamos lo mismo. Acá nadie gana más así estés produciendo o consiguiendo negocios. Y estamos todos por igual, no hay autoritarismo.


Eduardo Álvarez, Hecho en Buenos Aires

Eduardo Álvarez es perito mercantil y traductor de inglés, pero por muchas razones no había logrado insertarse con éxito en el mercado laboral hasta que llegó a Hecho en Buenos Aires. “En la parte material me sirvió para pagar mis impuestos, la luz, el gas. Alquiler no pago porque vivo en la casa de un amigo. En la parte no material me hace bien venir acá a los talleres de pintura o literatura porque, más allá del nivel que pueda llegar, me saca de la realidad jodida de afuera durante un par de horas. Yo cuando salgo no puedo ir corriendo a la calle, porque es terrible, me quedo media hora acá hasta que bajo de vuelta. Es lo más importante, que uno se pueda valorar, mejorar la autoestima. Que también lo logran los coordinadores, los voluntarios y todos los que trabajan acá en la organización”, cuenta.

A través de su trabajo en la revista Eduardo también se acercó al mundo de la radio. Fue entrevistado por el programa Cátedra Libre de Radio Nacional y participó con un espacio propio de media hora en el 20 aniversario de FM La Tribu. “Se tomaron el trabajo de llamarme por teléfono al celular y contaron que yo vendía la revista, que era de tal índole, una empresa no comercial sino social y cual era la idea de HBA. La mía es una voz jodida, no es una voz como Aliberti, por ejemplo, pero me gustaría ahora hacer unos cursos para aprender”, cuenta refiriéndose a la experiencia en Radio Nacional.

¿Cómo es tu trabajo?

Yo vendo a la mañana en la línea de tren que va de Retiro a Mitre. Hay gente que lee Ole, gente que lee a HBA y gente que lee Saramago, gente que se hace la dormida y gente que te reconoce, ve mi foto en la revista que se hizo hace unos meses, te felicita, te agradece o no, hay de todo. También hay maestras que compran la revista y la usan en las clases, como la parte de ecología, por ejemplo.

¿Y que responsabilidad sentís como miembro de la empresa social?

Lo primero que hago es leerla para saber que es lo que vendo. Porque no puedo vender una cosa en la que no creo, no me interesa. Hay una cuestión de conciencia.

¿Y cual es la diferencia con otras empresas?

Seria difícil encajar en un sistema de competir, de tener que vender siempre, sin importar la persona, que es algo que ha pasado, incluso en otras organizaciones sociales, otras revistas en las que he trabajado. Además seria difícil encajar por la barba, por el pelo, por la ropa y muchas cosas más. Puede pasar que mucha gente que se pone una careta y simula otra cosa. Y otra gente que es independiente. Todo está bien.


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Yo uso desodorante

(Publicada en Awka, la revista de Fm Alas en el 2007. 
Dibujo: Joaquín Espinacas)

A esta altura, si uno tiene la mínima voluntad de enterarse de la realidad de este sangrante presente globalizado, está más que claro que la gran mayoría del empaquetado consumo al que accedemos no solo puede tener consecuencias perjudiciales para nuestra salud, sino también para la salud de algún ser humano en algún rincón del planeta.

No es solo que la Coca Cola, además de ser un veneno para el cuerpo, asesine sindicalistas en Colombia, explote niños en El Salvador, discrimine mujeres en Estados Unidos, enfermos de Sida en África y deje sin agua a los campesinos de la India. También financia la policía, la represión y los turbios manejos políticos nacionales ese paraguayito que tan contentos nos fumamos en la plaza o los conciertos, hacer una llamada telefónica es darle dinero al que me está cagando todos los días y si tengo mi dinero en cualquier banco, seguramente una pequeña parte será utilizada para financiar microcréditos agrícolas, y la mayoría se volverá cómplice de grandes megaproyectos que dañan el planeta.
“Yo puedo no comprar en la Anónima, pero en el Chaqueño explotan a los trabajadores y dejan las heladeras desenchufadas de noche, y el Autoservicio es de un personaje que está contaminando nuestros ríos”, me confiesa derrotada una compañerita bolsonera (que de todas maneras es poco lo que va a comprar a esos paraísos del consumo).
“El consumo responsable no se trata de un llamado a no consumir nada. Sino a ser conciente de cuales son las implicancias de nuestros consumos, y en base a esa información utilizar nuestro libre albedrío. Es incorporar el costo social de nuestro consumo”, me explicó en una entrevista con Hecho en Buenos Aires, Noemí Klein, la periodista canadiense que puso en el tapete a las multinacionales y sus estrategias de producción y comercialización (además de su injerencia en la cultura y la educación) en su libro No Logo.
Mi pregunta tenía que ver con mi decepción de no encontrar un banco sin vinculaciones con negocios sangrientos donde poner mi dinero. La posibilidad de no tener mi dinero en un banco era entonces tan remota como esa confesión de me hizo una turista porteña en una hostería de Villa Turismo: “no puedo vivir sin un microondas”. Hoy, varios años después, no tengo dinero en el banco y hasta he descubierto que, efectivamente, los desodorantes crean toxinas para que nuestros cuerpos se pongan mas olorosos. Además la mayoría son propiedad de Unilever, empresa que en Colombia está vinculada a las masacres paramilitares.
Sin tener que llegar a extremos, la conciencia del costo social de lo que consumimos seguramente generará paulatinamente una reducción en muchos de nuestros consumos, además de un nervio ingenioso para evitarlos.
“¿Qué tomo sino?”, me preguntaba indignado un punk anarquista en una reunión anti Coca Cola en un sindicato de Bogotá cuando le dije que el resto de gaseosas y las aguas minerales eran igual de responsables de asesinatos y extorsión de trabajadores. Lo mismo me dijo un músico de una banda de discurso mestizoantisistema de Cali. En su mentalidad poco acostumbrada al nervioingeniosoanticonsumista no les cabía la posibilidad de tomarse un delicioso jugo de frutas en los puestos callejeros, o preparárselo en su casa antes de salir.
La falta de cultura ante las posibilidades de consumo alternativos o esa creencia que nuestras decisiones de consumo nunca podrán alterar las cuentas de estos gigantescos monstruos multinacionales son dos de los principales escollos para esta estrategia tan certera a la hora de llevar a nuestras manos los cambios que los gobiernos, las ongs y todas las instituciones en las que depositamos nuestra confianza no encaran.
En Bolivia, país de raíces culturales ancestrales, la pobreza se transforma en digna riqueza cuando los indígenas originarios vencen las carencias del sistema de salud con su medicina ancestral, o hacen escuálido ese sistema financiero que día a día nos desvalija, manteniendo su costumbre de acumular sus riquezas en oro y propiedades, o crear sistema de crédito alternativos como el … (especie de financiamiento por sorteo entre vecinos) o el anticrético (préstamo hipotecario entre particulares).
Teniendo mokochinche, linaza fría, jugos y licuados por un peso boliviano ¿para qué tomar Coca Cola? Teniendo papa y chuño, maíz y quinua, caseritas vendiendo deliciosas y tóxicas hamburguesas caseras por tres bolivianos ¿Para qué ir a Mc Donalds?
Poco fue difundido por la prensa internacional la retirada de esta empresa de Bolivia tras cinco años de infructuosos negocios. ¿Papachos tirando piedras? ¿Manifestaciones de ahorristas indignados quebrando vidrios? ¿Campañas anticonsumo? ¿Marchas de universitarios antiglob? Simplemente no pudieron estimular el consumo de sus caras hamburguesas entre el 70% de población indígena del país. Pobres, pero de costumbres dignamente arraigadas.
En Colombia los grupos indígenas usan esta modalidad como una de sus principales estrategias. Los guardias indígenas son muy cuidadosos en las grandes marchas de educar a las masas en el no consumo de productos enlatados. Claro que para eso, hay siempre un grupo de seis o siete mamitas encargadas de llevar a las manifestaciones toneles de aguapanela, chancaharina y dulces para todos (cuando no algún guarapito o chicha).
Aunque parezca utopía, a través de la denuncia internacional de los crímenes cometidos por multinacionales como Nestle o Coca Cola contra sus compañeros, el sindicato Sinaltrainal ha puesto en marcha una importante campaña internacional de no consumo de los productos de estas empresas. Numerosas universidades y sindicatos de Estados Unidos y Europa han decidido dejar de comprarle a estas multinacionales para la distribución en aulas y oficinas. Un pequeño grupo de obreros colombianos con una pequeña oficina, teléfono, internet y colaboradores en todos los países lograron infringirle pérdidas millonarios a los terribles monstruos del consumo mundial.
Desde hace dos años, convocado por Sinaltrainal, el Tribunal Permanente de los Pueblos (nacido tras el tribunal Russell que juzgó los crímenes de los Estados Unidos en Vietnam) viene realizando juicios de opinión, recavando información y difundiendo los crímenes de lesa humanidad de las grandes multinacionales en diferentes sectores: alimentación (Coca Cola, Nestle, Chiquita Brands), oro (Anglogold Ashanti, Corona Goldfield, Conquistador Mines), biodiversidad (Monsanto, Urapalma, Dyncorp, Delmonte), petróleo (Repsol, British Petroleum, Oxy), carbón (Glencore, Angloamerican, BHP Billiton, Drummond) y servicios públicos (Unión FENOSA, Endesa, Aguas de Barcelona, Telefónica). El fallo final se hará el 22 de julio (día mundial contra las políticas de las multinacionales) con la participación de grandes personalidades de universidades y organismos de derechos humanos del mundo. También está planeado agregar una sesión que contemple los crímenes multinacionales contra los pueblos originarios colombianos. ¿Los jueces? Pobladores originarios, indígenas de otras latitudes.


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Allá lejos y hace tiempo

Mientras en Buenos Aires los afiches electorales pasan a engrosar las filas de basura a acumularse en algún lugar del conurbano, en la Patagonia, un grupo de productores y funcionarios plantea un nuevo modelo de país. 

(Publicada en Hecho en Buenos Aires dentro de la serie "A cultivar que se acaba el mundo" en el 2009) 

Por Callao, yendo del Hotel Bauen hacia un cercano restaurante de Congreso, una espesa y variopinta comitiva de agricultores familiares camina desapercibida por la ciudad, entre apurados oficinistas, publicidades electorales y kioscos de revistas que cotillean sobre conspiraciones de poder, fraudes de encuestas y oscuras tramas en la vida de afamados personajes que, hoy (por ayer), son cara visible de la política nacional.
De baja estatura, andar cansino y silencio largo antes de hablar, a Pedro Collio se le nota a la legua que no es de acá. Viene de la mismísima Patagonia como tesorero de Fecorsur (Federación  de Cooperativas del Sur), una organización que nuclea 500 productores laneros mapuches de la línea sur, cerca de Ingeniero Jacobacci.
Comenzaron su trabajo en el 94, con la intención de buscar mejores condiciones de comercialización para sus productos. “Primeramente lo hacíamos a través de licitaciones, pero el problema es que nos compraban la mejor lana y la de menos rinde nos quedaba y se nos hacía muy difícil venderla a buen precio. Hasta que logramos un acuerdo con Central Lanera Uruguaya. Nos sacaron del apuro. Nos compran toda la lana que producimos, y nos dan un prefinanciamiento para que los productores puedan abastecerse de insumos”, explica.
Ya solucionado el tema de la comercialización, Fecorsur pudo centrarse en otras estrategias de fortalecimiento: talleres de capacitación o programas para que los jóvenes no abandonen el campo.
“Nosotros vemos difícil la situación, porque el productor, por estudio de sus hijos o trabajo o lo que sea, generalmente se va, y después es muy difícil volver a traerlo. Esa problemática la tenemos. En los campos hay gente mayor, de 40 o 50, y gente muy joven hay poca. Ese es un desafío a largo plazo muy importante para nosotros”.
Otro de los desafíos es la diversificación de la producción, para que los productores no estén atados a los vaivenes del precio internacional de la lana. Para esto se han implementado programas de agricultura familiar que han contado con el apoyo de la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar creado el año pasado.
Cuando se le pregunta sobre la siempre lejana y lenta intervención del estado, Pedro Collio dice estar muy agradecido.
“La subsecretaria nos está dando la posibilidad de que podamos superar nuestras dificultades de pequeños productores, y tenemos que aprovechar esto, para poder producir dignamente, poder decir, yo soy productor y vivo de esto. Que es difícil, porque es algo que en todo este tiempo que ha pasado ha sido muy difícil. Hemos sobrevivido a través de armarnos como cooperativas, como organizaciones. Eso nos ha ayudado muchísimo, porque, como dicen, la unión hace la fuerza. Eso nos ha llevado a crecer, y ahora el gobierno nos ha dado la posibilidad de tener eso en cuenta. Yo creo que es por la lucha misma que nosotros hemos tenido. Creo que eso nos ha hecho fuerte y nos ha visibilizado. Entonces el gobierno se ha dado cuenta que los pequeños productores éramos importantes. El gobierno finalmente nos ha escuchado”.

A su lado Monica Torres, socia de la Asociación de Productores de Aromáticas Alto Valle, que desde el 2003 nuclea quince productores de hierbas de Cipolletti, coincide con aquello de que la unión hace la fuerza.
“Nosotros seguimos adelante porque nos subsidiaron y pudimos comprar maquinaria y el municipio nos dio como comodato un local de un colegio que estaba abandonado para que pudiéramos comercializar nuestros productos. Todo con esfuerzo propio de los socios. Al ser muchos podemos exigirle más cosas a la municipalidad. Si vamos todos, nos tienen que dar bolilla”, aclara a la vez que se queja del esfuerzo que muchas veces requiere pararse en ese lugar periférico que marca no sólo su ubicación geográfica sino también su rol de agricultora familiar.
“Necesitamos otros cosas en la región que las que se necesitan acá (por Buenos Aires).
Por ejemplo hay que incentivar la parte educativa para que halla más escuelas que se dediquen a la parte agropecuaria. O el sistema de ongs que es muy lento, la gente se termina cansando. En mi caso se me rompió el tractor. Sale re caro, y pedimos financiamiento. Pero tardaron tanto en decir que si, que cuando llegó el subsidio hace un mes ya no lo necesitaba, ya había pedido plata por otra parte”, cuenta.

OTRO MODELO

“En Patagonia y otros lugares del país hay muchos programas de la cooperación internacional donde la burocracia imposibilita la llegada directa a los productores. Estamos acostumbrados a planes nacionales o internacionales ya armados desde otro lugar y en general se hace difícil adecuarlos a las particularidades de cada región. Ya sea en el caso de las ongs o del estado lo importante es que hoy las cosas se empiezan a dirimir desde las bases, escuchando las propuestas directas de los productores. Son los que tienen que ser parte activa de principio a fin en todas las discusiones y construcciones que hay que hacer sobre el territorio, pensando en la reestructuración y la consolidación del modelo productivo en el que estamos parados. Un modelo de trabajo y soberanía alimentaria”, explica Gabriela Degorgue, delegada para la Patagonia del Foro Nacional de Agricultores Familiares (FONAF).
Del otro lado de la mesa, canelones de por medio, Miguel Gortaria, delegado de la Subsecretaria de Agricultura Familiar para la Patagonia, da su visión: “Hay una nueva visión de política de estado, donde estamos poniendo un énfasis muy fuerte de los productores familiares”.
Para Gortaria, no se trata de una política partidaria ni que tenga que ver con un gobierno en particular, sino de acciones que han caído por su propio peso ante un esquema de sociedad y producción que ha hecho crisis. Por un lado, están los datos que dicen que en los últimos años desapareció casi el 25% de la estructura agropecuaria del país (más de 100.000 pequeños productores). Por el otro los que dicen que estos agricultores familiares, ocupando apenas 13% de las tierras cultivadas, aportan el 53% del empleo rural, representan el 66% de las explotaciones agropecuarias y producen el 80% de la producción hortícola. Es decir: la ensalada que comemos nosotros, los habitantes urbanos, mientras leemos los diarios sin enterarnos de nada. Aquí es, donde, dice Gortaria: “el consumidor juega un rol central en este proceso de cambio”.
“Es un problema del conjunto de la sociedad, porque el que consume tiene que consumir todo lo necesita consumir y de la calidad que necesita consumir. Y eso el modelo de producción actual de la argentina no lo hace. Por eso desde el estado hay un cambio de las antiguas políticas para el pobrerío rural a nuevas estrategias que tienen a la agricultura familiar como punta de lanza para la reestructuración del modelo agropecuario. Obviamente entre este objetivo que te estoy diciendo y el logro efectivo hay un trecho largo que recorrer. Es un proceso altamente contradictorio, porque los intereses en juego son muchos y son concentrados, y los agricultores familiares hoy, como están, no tienen mucho margen de maniobra para llevar solos adelante este proceso. Es un problema de fondo que no se resuelve con ninguna elección, no es un problema de partidos, sino de proyecto político de país. Y no es un problema agropecuario sino del conjunto de la sociedad. La agricultura familiar implica un proceso productivo que no degrade el medio ambiente, que genere trabajo, que genere nuevas formas de participación, nuevas demandas en cuanto a la formación universitaria, y sobre todo un cambio de mentalidad, un cambio cultural. Implica profundísimos cambios estructurales en cada una de las instancias del estado en función de la inserción del país en un contexto internacional que está comenzando a generar nuevas demandas. Esa es la oportunidad. Si no lo logramos hacer, Argentina quedará reducida a ser una pequeña parcela productora de soja, commodities, petróleo (hasta que se agote), campos vacíos y centros urbanos que lo único que generan es una relación con los recursos naturales totalmente ineficiente, con una distribución totalmente desequilibrado de la población, deshumanizando las personas. Un modelo que es pasto para la drogadicción y la prostitución, un esquema donde no hay posibilidad alguna para el ser humano”.
Ya finalizando, adentrándonos en una de esas charlas de café que abundan en Buenos Aires, quizás recordando aquel Río Sin Orillas de Juan José Saer, no podemos dejar de observar que, allá lejos y hace tiempo, antes de la llegada de los conquistadores o el flamante modelo inglés de revolución industrial, Buenos Aires era un lugar inhabitable para los hombres, un pantano donde los indios apenas se atrevían a adentrarse entre alimañas y pastizales.
También allá lejos y hace tiempo, en la mismísima Patagonia, ignotos seres de baja estatura, andar cansino y silencio largo antes de hablar, cultivaban la tierra para alimentar a sus familias. Eso que ahora le llaman Agricultura Familiar.

Bailando sobre el Apolacalipsis

Se anuncia como: festival de música y arte conciente. En su página web promete: sonido alternativo chillum, escenario de participaciones variadas, bandas, solistas, teatro, prácticas y meditaciones, djs, proyecciones, espacio múltiple pachama (orientado hacia las artes plásticas y holísticas), espacio basurearte (donde se transforman los residuos de nuestro consumo), círculo de prácticas (yoga, mantras, capoeria, masajes, danzas), diver zone, rama circense, variettes y talleres, muro de escalada, tirolesa, saltarín, cama elástica, galería de artesanos, ropajes, accesorios, libros y revistas, tarot, espacio Alimentarte, y como de costumbre un lugarcito para los niños coordinado por maestros de escuelas de orientación waldorf.
¿No será mucho?
El lugar no es para menos, a orillas del lago Gutierrez, ladera del Cerro Catedral, parque nacional, kilómetro 2016 de la ruta de Bariloche a Bolsón, un camino que se interna en el bosque nativo. Una carpa hace de recepción, se reparten acreditaciones, se entregan vales de comida, se rechazan regateos, se chequea que los autos que entran no traigan alcohol ni infitrados. Dos chilenos con cara de resaca esperan a que alguien los deje pasar o los lleve a la ciudad a denunciar la pérdida de su equipajele. La entrada no es cara, 200 pesos por cinco días de camping, música y actividades varias. Una pulsera de papel plastificado marcará invariablemente a los visitantes a lo largo de estos cinco días de extrema convivencia (con cámara en mano, lo más parecido a un reality show).
Un par de kilómetros más adelante nuevo control, en un estacionamiento conviven cuatro por cuatro y volswagen?? pan nactal, un mar de carpas comienza a dispersarse interminable, un círculo de fardos (espacio Pachamama) sirve de exhibidor para un ñato que entre elfo y mexicano vende máscaras de arcilla con la cara del nuevo espíritu post 2012. Un muchacho rubio corre desesperado tratando de ubicar a los artesanos. Un tipo de Ramos Mejía improvisa una carpa y una mesa de caballetes con remeras y sahumerios, otro con pinta de gringo cuelga ceniceros de vidriofusión de un árbol, en un fogón un chileno cocina fajitas de verdura para vender.
El sector de comidas no está mal. Hamburguesas de trigo burgol, muffins, brownies, licuados, woks de verduras, hamacas paraguayas, tres pibitas tocan el charango, cuatro peludos preparan un asado con música de los Guns N Roses, un austríaco toca el hang (una aleación de acero creada en el 2000 por ingenieros suizos, sale unos 2000 euros y hay listas de espera de más de un año). En el baño, como en cualquier camping pasean toallas, ollas y cepillos de dientes. Más allá: voley playero, ducha solar, alquiler de kayaks. Debajo de un árbol un mexicano con cara de indio vende artesanías wicholes en un paño sobre el pasto. Habla de plantas alucinogenas con un viejo hippie de Bolsón. Se intercambian bolsitas. Más allá otro artesano peruano explica que el DMT pega más en líquido. “Si querés que te pegue pal dancing de esta noche waiki mejor tomátelo ahora mismo. Si es más tarde mejor un cuartito de ácido”. Los bombones de hongos cotizan 100 pesos. ¿No tenes un porro?, preguntan.
Cada tanto brotan del piso unas estructuras de madera con cárteles de: “plástico”, “vidrios”, “papeles”, o pequeños pozos para depositar materia orgánica. Hay imágenes de la diosa Cali, la vírgen María, carteles que dicen todo el tiempo: Conciencia.
En el Chill out, una banda de marplatense toca reggae con aires de meditación, un hippie con pinta de paisano vende digeridoos y una italiana clown parcha postales de haikus. Bar Tai. Al fin me voy a poder tomar algún trago pa pasar el momento. ¿Té con leche? Un rasta divina que hace trenzas y vende collares me explica las bondades de las infusiones tailandesas. ¿Y ese ruido infernal?
“La idea es compartir y amarnos y no tratar de pensar tanto en lo mio o en lo tuyo y dejar de lado todas esas cosas. Llevarnos bien para vislumbrar el futuro. Que todo se viene abajo pero igual se puede compartir. Ahí ves como estámos pasándola bien y del otro lado de la cordillera se vino abajo Babilonia. Es un poco para llamar la atención de todos los jóvenes. El baile es ruidoso pero sirve para sacarnos muchas cosas de encima, todos vienen cargados con su dilemas de la vida y aca se lo sacan. El mundo entero está así porque nos nos llevamos bien. Nosotros nos juntamos para saltar en el bosque, saber que el consumo, el celular, el auto, la seguridad, es todo una farsa, que de a poco iremos cambiando”.
Jowe nació en Hawai, vive en Bolsón en una finca a metros del Río Azul, en medio del bosque, con invernadero, huerta, estudio de grabación. Es DJ de Goa Trance, y lleva ocho años organizando esta fiesta rave junto a su hermana y un grupo de amigos. El género: Goa Trance. La imagen: como la de cualquier fiesta rave, solo que en medio del bosque. Jowe aclara que no sacan dinero, apenas unos dos mil pesos por organizador y alguna donación para una escuela Waldorf de la zona, los músicos que llegan se acercan por motus propio y no cobran más que algún traslado y la alimentación, no se busca que sean reconocidos, no se venden productos de empresas ni se buscan auspiciantes, no se vende alcohol (salvo cerveza casera) y no se estimulan las sustancias. Si bien no se promociona en grandes medios, la fiesta ha llegado a reunir tres mil personas, con visitantes de todo el mundo, algunos que viajan de fiesta en fiesta, por Europa, Brasil, Chile… De los cuatro organizadores originales se desprenden una veintena de coorganizadores y unos doscientos voluntarios que ayudan en diversas tareas, desde la enfermería al reciclaje, charlas de conciencia mapuche, cursos de construcción en barro, armado del escenario, la decoración, y los controles en la puerta. No hay encargados de la seguridad.
¿Y esa música infernal?
“No es raro, ni contradictorio con la ecología. Todo viene de la tierra y el sol, aun la electrónica. Lo que escuchamos es el latido de la tierra tratando de despertarnos, diciendonos: pónganse las pilas. Cuando nos despertemos se va a acabar el latido tecno y vamos a estar todos juntos viviendo en medio del boque”, explica Jowe.
Rueda un melón con vino, vodka y hongos, un melenudo pinta un duende con aerógrafo, un gringa de rastas se contornea frente al escenario. No se imaginen la psicodelia hippie, no hay desnudos ni barro, el sexo libre si bien se promociona nunca aparece, de las pepas al LCD hay una distancia, el porro no aparece, en el Mainfloor toca Double Collision (Psytropic Recs/Stereos de Gran Bretaña), en el espacio Pachamama pasan Pink Floyd en Pompeya.
El ruido infernal no deja dormir, pero todo se olvida con un temprano chapuzón en el lago. Germán dicta clases de Ashtanga Viñasa Yoga, el austriaco que toca el Hang sale rumbo al hospital después de abrirse el pie escalando (la xilozibina descalsifica y ablanda los tejidos, le explica la enfermera), los visitantes chilenos agitan los celulares y corren al Internet a medida que se expande el rumor sobre el terremoto en el vecino país, dicen que las aguas del Gutierrez se retiraron durante unos minutos durante la madrugada, un habitante de la Comarca Andina, Lago Puelo, muestra su digeridoo?? de lenga y se presenta como Feadur, suena el capoeira y los gritos de algún borracho trasnochado, en el Mainfloor toca Yage de Brasil. La gente sigue bailando al son del latido de la pachamama.
Cayendo la tarde comienza la ceremonia de luna llena. Un grupo de niñas vestidas de blanco canta mantras y wainos y organizan una gran ronda. Se hacen oraciones y peticiones, por la paz mundial, la tierra, el planeta, la música electrónica…Hay bailes en forma de caracol, se arroja una balsa de lavandas, velas e inciensos al lago, Jowe agita un palo con uñas de cabra y grita a toda voz: “Gracias madre”. Aparece un dragón de globos que muestra el camino al mainfloor. Y, claro, la luna llena sobre la montaña.
A través del arte se logra un estado que le viene muy bien a la mente colectiva que hacemos entre todos. Es un espacio donde tratamos de que todo el mundo la pase bien, no importa de que forma, dentro de una convivencia colectiva armoniosa. Somos todos muy diferentes pero hay un equilibrio que funciona gracias a esa diversidad. Lo importante es compartir y dar algunas informaciones que pueden liberar algunos chakras, algunas visiones que tardan en llegar, pero que si se van digiriendo se puede generar conciencia”, agrega Roy, rosarino, productor de música, encargado del chill out y miembro ocasional de la comunidad que funciona en Mallín Ahogado, Bolsón, en la propiedad de Tuei, hermana de Jowe.
“Durante el año hacemos encuentros de yoga, danza contact, energía sagrada, permacultura, recibimos gente todo el año. Queremos que en el futuro el festival use energía solar, que sea lo menos contaminante posible, el sonido, el aire, que todo lo que consumimos durante el evento se pueda transformar en arte o lo que sea. Nosotros donde vivimos construimos en barro y usamos las botellas de plástico llenas de basura. Tenemos sala de ensayo, grabación, huerta orgánica. No somos autosutentables pero vamos por ese camino. Parte de la organización tiene un proyecto que se llama Lemu que es de defensa del bosque nativo y de las comunidades mapuches ante los desalojos y también funciona un grupo de arte y reciclaje”, continua Roy.
Zule dicta clases de pases mágicos, los profesores del proyecto Ciesa de permacultura enseñan como hacer un horno de barro, el tipo de Ramos Mejía desarma el puesto y decide sumarse a la fiesta para olvidar las escasas ventas (la pérdida de la abundante inversión que hizo para la fiesta), al lado de un fogón entre aguayos bolivianos el paisa da clases de digeridoo???, DJ Rama organiza una fiesta rave para impedir la construcción de un represa en parques nacionales, el artesano mexicano lee debajo del árbol, al lado de la doña que vende pipas, y el austríaco del Hang que comienza a convocar curiosos y compañeros de música, un par de digeridoos??, una guitarra, un cuenco tibetano, una melódica, un cora africana, un cajón peruano, la música se improvisa y atrae más curiosos, la tarde cae sobre el lago, cuando deciden terminar de tocar, se escucha el silencio.
“Callamos ese ruido infernal”, grita emocionado Suenan tambores, se anuncia un desfile de despedida, alguien comenta que llegó el tranza de Bolsón, un porro cincuenta pesos, una cantante improvisa mantras con un violonchelo y una caja hindú, los pibes de Guns and Roses preparan otro asado, un grupo de anarkocumbia chilena instala los amplificadores sobre el lago y se pone a tocar, pasa un tipo con una Wasteiner??, es la hora del bajón, la tribu se junta en el patio de comidas, el tranza de Bolsón pasa corriendo veloz, lo persiguen cuatro tipos, atraviesan la función de circo y el cartel de conciencia, interrumpen el desfile (con muestra de hip hop) y saltan sobre el escenario.

“Acá nada se prohibe. Y no podemos determinar a donde van a derivar los estados de conciencia que acá se generan. Nosotros solo incentivamos el encuentro y estamos listos a cualquier desborde que se genere. Esa es toda nuestra función. La energía que se genera nos trasciende a los que organizamos. Cuando faltan dos o tres meses para el festival no tenemos nada, pero todo se va manifestando y mágicamente se realiza. Es algo que va mas allá de nosotros”, dice Roy, mientras la doña del baño limpia el piso por veinteava vez y los voluntarios se preparan para recoger la basura de los fogones que empiezan a vaciarse.

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