Camilo Torres: Los caminos del amor revolucionario
Camilo
Torres saltó a la fama mundial con el mote de “el cura guerrillero”. Sin
embargo su opción por las armas no fue una decisión antojadiza, sino la
culminación de una vida en búsqueda de la justicia social.
Nota hecha para Sudestada en Junio2011
El rechazo a todo cambio de parte de las clases dominantes y la complicidad de todos los regimenes políticos con eso, sin hablar del recurso permanente a la violencia más abyecta, hace evidentemente pensar en las soluciones reales. Se entiende que hubo momentos en los cuaes la lucha armada parecía una opción viable. Hoy día no es el caso, porque no hay ninguna posibilidad de éxito. Con el apoyo de fuerzas internacionales y de movimientos sociales internos se debe buscar la vía política, garantizando la no-repetición del pasado.
¿Se idealiza mucho los sesentas, setentas y personajes como Camilo Torres o el Che Guevara capaces de llevar sus ideales hasta las ultimas consecuencias? ¿Existe hoy esos personajes? ¿Son utiles? ¿Como han cambiado hoy los procesos y los personajes revolucionarios?
Nota hecha para Sudestada en Junio2011
El combatiente
es anónimo, sabe que se ha unido a esta causa porque es la única forma de
resolver los problemas estructurales que marcan la injusticia de su pueblo.
Lo ha
intentado todo, lo ha meditado arduamente, en el fondo jamás pensó que ese día
llegase realmente: las armas, la selva, el duro entrenamiento militar, la
violencia, la soledad, la realidad de otro al que no se puede acceder por la
vía del diálogo.
Lleva un
mes y medio aprendiendo a convivir con esa situación, sabe que para combatir
necesita un fúsil. Lleva tres días emboscado esperando. Le han dicho que la
única forma de conseguir el fúsil es robárselo al enemigo.
La
impaciencia le pica más que los mosquitos.
Suenan los
disparos, retumba la selva, se aceleran las imágenes, apunta su revólver y dispara
siete veces. Silencio. A pocos pasos delante de él, en medio del barro, al lado
del enemigo muerto, yace su fúsil.
Camilo
Torres Restrepo nació en cuna de oro. Descendiente por cuatro ramas de familias
tradicionales de Colombia, sus primeros años de vida transcurren entre las
lujosas recepciones del Hotel Ritz (regenteado por su madre, Isabel Restrepo
Gaviria) y los salones europeos (siguiendo la carrera diplomática de su padre, Calixto
Torres Umaña). Forma parte de la joven oligarquía bogotana que, a caballo del
boom económico de los Estados Unidos, las compensaciones a Colombia por la
anexión de Panamá y el desembarco de las nacientes empresas multinacionales en
los negocios del oro, el petróleo y las plantaciones de bananos, vive una época
que los historiadores bautizarán como la “Danza de los Millones”.
Claro, bien
lo sabemos, el baile de salón no es para todos. La explotación laboral y la
desigualdad social provocan una huelga general que el ejército colombiano, por
orden de la
United
Fruits
Company, reprime disparando sobre las familias de miles de trabajadores en la
llamada Masacre de las Bananeras (1928).
A punto de
encaminarse a presidente, tras la insistente denuncia en el congreso de esta y
otras atroces injusticias, un par de décadas más adelante, el abogado y líder
político liberal Jorge Leicer Gaitán es brutalmente asesinado (1948).
Los
colombianos salen a las calles en un feroz estallido popular conocido como “el
Bogotazo”. Se inaugura una época que los historiadores bautizarán como “La
Violencia”.
Recluido en
el Seminario Conciliar de Bogotá, pocas serán las informaciones que de estos
hechos llegarán a oídos de un adolescente Camilo. La decisión de dejar la
carrera de derecho y meterse a cura ha desatado un escándalo entre padres y amigos.
Sin embargo el joven dice haber encontrado su vocación. Sus días transcurren
entre sotanas, desolados pasillos, púlpitos con hombres de rodillas y rígidos
estudios en teología, filosofía, economía y otras ciencias sociales.
“Era la
tarde del 9 de abril, como rugidos del infierno repercutieron en los oídos de
los creyentes las más horrendas blasfemias contra Dios, vomitadas por bocas
impías en todo el suelo de la patria”(1), dice la pastoral del obispo Miguel
Ángel Builes en alusión al Bogotazo. El vocero de la
Iglesia
en temas políticos ya ha definido al Partido Liberal como “un verdadero
sanedrín judío contra Cristo” y prevenido a los creyentes sobre “el espíritu
verdaderamente diabólico del liberal-comunismo y sus secuaces”.
La
institución católica será una de las más fervientes herramientas del régimen
que bajo la presidencia de Laureano Gómez dejará durante la década del 50 un
millonario tendal de muertos y desplazados en Colombia. La esmeralda más grande
del mundo será el regalo con el que el líder conservador convencerá al papa Pio
XII de nombrar al frente del arzobispado de Bogotá a un hombre de su confianza.
Camilo
Torres estudia y reflexiona, y una tarde después del almuerzo, curioso por
aquellos entrometidos ranchos que solitarios y endebles hacen equilibrio al
filo de la montaña que encierra el seminario, decide arremangarse la sotana y
trepar la cuesta rumbo a una realidad desconocida. En aquellas miserables
chozas de picapedreros y desplazados por La
Violencia, el joven seminarista finalmente entrará en contacto con aquello que
los libros llaman “la pobreza”.
“-Por lo
que usted acaba de afirmar, puedo deducir que los dos estamos de acuerdo en que
la revolución es necesaria. Diferimos únicamente en la forma como se ha de
realizar esa etapa histórica. Ahora bien, le pregunto: ¿en cuanto tiempo
piensan ustedes realizar la “revolución” sin que ello implique un derramamiento
de sangre?...
-¿Esa
pregunta me la hace usted como cristiano, o como dirigente político?...Si es
como lo primero, le digo que en cuanto tal, más siendo sacerdote, eso no me
incumbe sino en sentido negativo. Si ese derramamiento de sangre implica odio
de cualquier clase que sea, nunca lo podremos realizar. Si es como dirigente
político, creo que no lo soy ni lo debo ser y por lo tanto no puedo
responderle. Sin embargo yo creo que un dirigente político cristiano, no puede
rehuir esa respuesta. Con todo, no la podría contestar sino teniendo en cuenta
circunstancias históricas muy determinadas”(2).
Rafael
Maldonado Piedrahita y Camilo Torres se conocieron en la casa de Isabel
Restrepo Gaviria. “Te presento a mi ateo de cabecera”, le dijo Isabel a su
hijo.
Al
principio el joven escritor se mofó de aquel curita colombiano de vacaciones de
sus estudios en el exterior. Pero con el correr de las respuestas, la sorpresa
fue in crescendo. Aquel muchacho de sotana admitía que Colombia era un país
dominado por el afán capitalista de los Estados Unidos y que la
Iglesia
debía dejar de lado muchas de sus rígidas estructuras y formalismos para enfrentar
la realidad social que vivía el país. Admitía que el catolicismo debía
agradecerle esta nueva inquietud al Manifiesto Socialista de Carl Marx.
Tras
consagrarse como sacerdote, Camilo Torres había decidido estudiar sociología en
la Universidad de Lovaina (Bélgica). Aquel era un
fortín de la Democracia Cristiana y sede de la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos, surgida tras las
luchas del movimiento obrero belga. Allí estudiaban muchos jóvenes latinoamericanos
de decidida vocación social, se dictaban teorías marxistas y se fomentaba a los
curas a dejar sus lujosas costumbres y convivir mano a mano con el pueblo. Bajo
estas influencias, Camilo decide vender su auto y pasar las vacaciones
trabajando con los mineros de Marchin o los sin techo de Paris en los equipos
del famoso Abate Pierre. Funda el Equipo Colombiano de Investigación Socioeconómica
y es nombrado vicerrector del Colegio Latinoamericano, un instituto donde se
preparaban sacerdotes europeos para misiones en América Latina. Su actividad es
intensa, viajando por todo el viejo continente, conviviendo con refugiados del Frente
Nacional de Liberación de Argelia o consejeros obreros del comunismo
independiente de Belgrado. Su activismo es frenético y no cesa en su visita a
Bogotá (Junio de 1956). Su carisma y palabras causan sensación por donde valla
y su figura comienza propagarse por diferentes círculos. A tal fin colabora el
libro “Conversaciones con un cura colombiano”, que Maldonado publica al año
siguiente de aquellos encuentros.
En marzo de
1959, recién vuelto de Europa, tras unos meses de estudios en la Facultad de Sociología de la
Universidad de Minessota, Camilo es designado capellán de la Universidad Nacional de Bogota. La reciente revolución
cubana ha causado conmoción entre los estudiantes y el despacho de aquel
simpático curita con ideas socialistas pronto se transforma en un lugar de
encuentro.
Camilo comienza
a dar clases en el Departamento de Sociología de la
Universidad de Ciencias Económicas y luego, junto con Orlando Fals Borda, funda la
Facultad de Sociología. También, con la misión de acercar a los estudiantes la
realidad social colombiana, crea el Movimiento Universitario de Promoción
Comunal, realizando investigaciones, cursos de formación y programas de acción comunitaria
en las zonas periféricas de Bogotá. Ingresa a la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) y
el Comité Técnico del Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA). En todas
y cada una de sus numerosas actividades chocará con la lentitud y el desinterés
de la burocracia estatal, amen del prejuicio conservador de su Iglesia. En
cambio, en su afán de soluciones para las problemáticas sociales colombianas,
comenzará a trabar amistad con estudiantes y líderes sociales ligados al
comunismo.
Cuando una de sus alumnas, María
Arango, militante de la Juventud Comunista, lo invita a un congreso organizado
por el partido en Moscú, Camilo le contesta con cierta ironía: “Gracias, pero
el día que yo me meta en política, cuelgo la sotana y agarro el fusil”.
Un par de años después, una
manifestación de estudiantes apedrea las instalaciones del diario El Tiempo y
el Palacio Arzobispal. Tras los incidentes, el rector de la
Universidad decide expulsar sin investigación previa a diez alumnos (entre ellos
María Arango). Camilo interviene a favor de ellos y pocos días después, ante su
pedido, celebra una misa en honor a los universitarios caídos por la represión
estatal. “Aunque algunos estudiantes sacrificados no hubieran sido católicos,
si habían vivido y habían muerto de buena fe en sus creencias, podrían haberse
salvado”(3), opina el capellán en su sermón. El diario El Tiempo aprovecha para
publicar que el cura Torres ha dicho que “los comunistas van al cielo”.
Su figura es hace rato un rumor inevitable
para la prensa. Activo, carismático, buen mozo, hijo de buena familia y
empedernido tomador de whisky en reuniones de alta sociedad, profesional,
activista social, funcionario público, amigo de pobres, ateos y comunistas,
cuestionador de las jerarquías y las formas, su andar dentro de la institución eclesiástica
es lo más parecido a la de un elefante en un bazar.
Aquellos incidentes son la excusa
perfecta. Por orden del cardenal Luis Concha, Camilo Torres debe renunciar a
todas sus actividades en la Universidad Nacional y trasladarse a la iglesia de
Veracruz, una parroquia de la clase alta de Bogotá.
A pesar de
ello, sus actividades políticas no cesan y cubren todo el país, conviviendo con
campesinos desplazados de la costa atlántica y el departamento de Tolima (donde
luego nacerían las Repúblicas Independientes). A sus puertas llegan pedidos de
formación tan extraños y disímiles como el de entrenar militares a la órdenes del
coronel Álvaro Valencia Tovar (famoso por su participación en la
Guerra
de Corea y la represión de la guerrilla en los Llanos Orientales) o campesinos
de esa misma zona, por pedido de Eduardo Franco (precisamente uno de los ex-líderes
de la guerrilla). En todos los ofrecimientos Camilo ve oportunidades de
relacionarse con el pueblo colombiano. Mientras, crece su figura como confesor y
maestro de ceremonias en bautismos de las élites bogotanas, realiza viajes por
el continente en reuniones con su ex-compañeros de Lovaina y va desarrollando
diferentes tratados sociológicos. En “La
Violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas” (1963),
valora la posibilidad que los grupos guerrilleros creados en esa época habían
dado al campesinado de legitimizarse y adquirir conocimientos y autonomía, independizándose
de la férrea estructura social colombiana. Entre otras cosas, esboza que ningún
cambio real se producirá en Colombia sin recurrir a medios violentos
“Lo que distinguía a Camilo era
precisamente ese afán de acercarse a los trabajadores. Como intelectual no era
nada erudito; incompletos quedaban sus análisis, sus artículos y
pronunciamientos casi siempre torpes, a veces hasta inexactos en algún detalle.
Pero eso sí, duros y desafiantes. Sus adversarios se defendían como podían. Los
marxólogos se burlaban de él y los tecnócratas del gobierno lo miraban con una
sonrisa indulgente; los obispos, en cambio, lo censuraban y los politiqueros
bufaban de rabia. Y todos, unánimemente, empezaban a cerrarle la puerta. Al
mismo tiempo, otras puertas se le iban abriendo. Eran puertas hechas de lata o
de tablas viejas o de láminas de cartón, que daban entrada a chozas de obreros
y campesinos donde Camilo era siempre bienvenido”(4), es la descripción que el
biógrafo Joe Broderick hace del cura Torres en aquellas épocas.
“Los progresistas somos muy
inteligentes. Hablamos muy bien. Tenemos popularidad. Cuando estamos juntos
somos realmente simpáticos. Pero la reacción mueve uno de sus poderosos dedos,
¡y nos paraliza! No podemos seguir así, sin organización y sin armas iguales”(5),
le escribe Camilo Torres a un amigo en junio de 1964. Con treinta millones de
dólares y dieciséis soldados montados sobre helicópteros, con la ayuda de los
Estados Unidos y sus más modernas técnicas de combate (el
napalm y la guerra bacteriológica), el gobierno colombiano pone fin a las
repúblicas independientes del Tolima, un intento de los campesinos desplazados
de construir en lo alto de las montañas un mundo diferente, con cultivos
autosustentables, gobiernos y ejércitos propios.
Ante el anuncio de la operación por
parte del gobierno, Camilo, que conoce y ha convivido con esos campesinos, junto
a los curas Gustavo Pérez y Germán Guzmán, el sociólogo Orlando Fals Borda, el
abogado Eduardo Umaña Luna, y el político izquierdista, Garavito Muñoz, deciden
conformar una misión de paz. El gobierno los desautoriza y la curia les niega
el permiso. De todo se enteran por El Tiempo.
Camilo está vez no se quedará afuera
de la información veraz. Las noticias no le llegarán a través de los dichos de
la curia o los diarios oficiales, sino a través de sus contactos con el Partido
Comunista en Tolima.
Tras el bombardeo, los
sobrevivientes de la masacre de Marquetalia crean el Bloque Guerrillero del Sur.
Así nacen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Ese mismo mes, Camilo presentará el
estudio “La desintegración social en Colombia: se están gestando dos
subculturas”. Ahí afirma: “es posible que en Colombia se estén gestando dos
subculturas, cada vez más disímiles, independientes y antagónicas. La de una
clase alfabeta, con un ingreso superior a los U.S. $3.000,00 anuales per
capita, con hábitos de consumo industrial. Ella representa aproximadamente un
15% de nuestra población. La otra, más o menos analfabeta, de costumbres
rurales, posee una subcultura arcaica y está constituida por el 85% restante.
Cada una tiene sistemas de valores, de conducta y de actitudes diferentes, que
comienzan a ser antagónicos y entre los cuales se está cerrando toda
comunicación posible”(6). Mostraba que para el primer grupo una determinada
palabra tenía un significado, y para el segundo otro distinto. “Revolución”,
por ejemplo, significaba “subversión inmoral” para unos y “cambio constructivo”
para otros. “Partido Político”, “una organización democrática”, para la
minoría, “un grupo de oligarcas”, para la mayoría. “Pacificación”, podía significar “la represión de los
delincuentes” o “el asesinato de guerrilleros patrióticos”.
En enero de 1965 el recién nacido
Ejército de Liberación Nacional (ELN) hace su aparición pública con la toma del
pueblo de Simacota, en el Magdalena Medio, zona donde cuarenta años atrás se
producía la “Masacre de las Bananeras”. Es un pequeño grupo de campesinos
liderados por un par de jóvenes entrenados en Cuba.
“La
violencia reaccionaria desatada por los diversos gobiernos oligarcas ha sido un
arma poderosa para sofocar el movimiento campesino revolucionario. La educación
se encuentra en manos de negociantes que se enriquecen con la ignorancia en que
mantienen a nuestros pueblos. La tierra es explotada por campesinos que no
tienen dónde caerse muertos y que acaban sus energías y las de su familia en
beneficio de los oligarcas que viven en las ciudades como reyes. Los obreros trabajan
por jornales de hambre, sometidos a la miseria y humillaciones de las grandes
empresas extranjeras y nacionales. Los intelectuales y profesionales jóvenes
demócratas se ven cercados y están en el dilema de entregarse a la clase
dominante o perecer. Los pequeños y medianos productores, tanto del campo como
de la ciudad, ven arruinadas sus economías ante la cruel competencia y acaparamiento
de los créditos por parte del capital extranjero y de sus secuaces
vendepatrias. Las riquezas de todo el pueblo colombiano son saqueadas por los imperialistas
norteamericanos. Pero nuestro pueblo, que ha sentido sobre sus espaldas el
látigo de la explotación, de la miseria, de la violencia reaccionaria, se
levanta y está en pie de lucha. La lucha revolucionaria es el único camino de todo
el pueblo para derrocar el actual gobierno de engaño y de violencia”(7), dice
su manifiesto.
“Lo que ha
nacido, me parece a mí, es la futura liberación de Colombia. Con gente como
ésta, se podría trabajar”(8), le escribe Camilo Torres a una amiga.
Mientras
busca desesperadamente la forma de contactarse con ellos, en una conferencia
con universitarios de Medellín, el cura, devenido sociólogo, devenido
activista, devenido político, lanza la “Plataforma del Frente Unidos del pueblo
colombiano”,
El
documento propone una redistribución de la tierra y una reforma urbana con solo
una casa para todo ciudadano; nacionalización de bancos, hospitales, compañías de seguros, transporte
público, radio y televisión, y la explotación de todos los recursos naturales
por el Estado”. Afirma entre otras cosas: “la defensa de la soberanía nacional
estará a cargo de todo el pueblo” o “la mujer participará, en pie de igualdad
con el hombre, en las actividades económicas, políticas y sociales del país”(9).
Mientras crecen sus confrontaciones con el Estado y la
Iglesia,
su imagen popular empieza a quebrar todo los cauces. Después de muchos intentos
y deliberaciones, acorralado por la presiones de la curia, Camilo finalmente
decide renunciar a la Iglesia y avocarse a la política.
“Descubrí
el cristianismo como una vida centrada totalmente en el amor al prójimo; me di
cuenta que valía la pena comprometerse en este amor, en esta vida, por lo que
escogí
el
sacerdocio para convertirme en un servidor de la humanidad. Fue después de esto
cuando comprendí que en Colombia no se podía realizar este amor simplemente por
la beneficencia sino que urgía un cambio de estructuras políticas, económicas y
sociales que exigían una revolución a la cual dicho amor estaba íntimamente
ligado”, dice Camilo Torres.
“¿A qué
llama usted revolución?”, le pregunta el periodista francés Jean-Pierre
Sergent.
“A un
cambio fundamental de las estructuras económicas, sociales y políticas.
Considero esencial la toma del poder por la clase popular, ya que a partir de
ella vienen las realizaciones revolucionarias que deben ser preferencialmente
sobre la propiedad de la tierra, la reforma urbana, la planificación integral
de la economía, el establecimiento de relaciones internacionales con todos los
países del mundo, la nacionalización de todas las fuentes de producción, de la
banca, los transportes, los hospitales, los servicios de salud,
así como
otras reformas que sean indicadas por la técnica para favorecer las mayorías y
no las minorías, como acontece hoy en día. Mi convicción es la de que el pueblo
tiene suficiente justificación para una vía violenta”(10), responde.
“Mientras
no seamos capaces de abandonar nuestro sistema de vida burgués, no podremos ser
revolucionarios. El inconformismo cuesta, y cuesta caro. Cuesta descenso en el
nivel de vida, cuesta destituciones de los empleos, cambiar y descender de
ocupación, cambiar de barrio y de vestido. Puede ser que implique el paso a una
actividad puramente manual. El arquitecto inconformista, por ejemplo, debe
estar dispuesto a trabajar como albañil, si ese es el precio que le exige la estructura
vigente para subsistir sin traicionarse. El inconformismo puede implicar el
paso de la ciudad al campo, o al monte...”(11), clama ante los estudiantes de la Universidad Nacional.
En cinco
meses, su Frente Unido traspasa las fronteras de la popularidad por encima de
cualquier estructura partidaria y hasta incluso los toques de queda y la
represión del ejército. Su plataforma electoral clama por la abstención y sus
famosos mensajes a los cristianos, los comunistas, los militares, los no
alineados, los sindicalistas, los estudiantes, los campesinos, las mujeres, la
oligarquía y los presos políticos, llaman a la “revolución” más allá de las
estructuras de poder. Sin embargo, su carrera política no cuenta con bases
suficientes. Más allá de la popularidad Camilo encuentra la misma rigidez y
burocracia de la Iglesia y el Estado en los partidos
políticos que lo apoyan. El Partido Comunista y la Democracia Cristina a pesar del fervor popular en torno
al cura revolucionario no cesan de enfrentarse por nimiedades entre ellos y aún
en el interior de sus formaciones. La carrera política de Camilo se sostiene
alrededor de un par de buenos amigos, los líderes estudiantiles Jaime Arenas y
Manuel Vásquez, y Guitemie Olivier, vieja amiga de los tiempos de trabajos social
junto a los refugiados del Frente Nacional de Liberación de Argelia. Mientras
tanto comienza a recibir intentos de sobornos, y luego amenazas de parte del
gobierno.
Cuando en
el 2008, luego del controvertido ataque del ejército colombiano al campamento
de las FARC en Ecuador, la prensa anuncio la muerte de Raúl Reyes, pocos
supieron que aquel dirigente de la más antigua guerrilla viviente de
Latinoamérica había comenzado sus intentos revolucionarios como sindicalista de
la alimentación y militante del PC. Raúl Reyes no eligió entre política y
guerra. Amenazado de muerte tomó las armas para salvar su vida. El sindicato al
cual pertenecía, Sinaltrainal, ha recorrido el mundo denunciado el uso de
fuerzas paramilitares por parte de multinacionales como Nestle o Coca Cola para
el amedrentamiento de sindicalistas, con más de veinte compañeros muertos en lo
que va de su existencia. El mismo año de la muerte de Reyes, el Tribunal
Permanente de los Pueblos, convocado por Sinaltrainal, condenó al gobierno
colombiano y de los Estados Unidos, en complicidad con un buen número de
empresas multinacionales y organismos internacionales, por el asesinato
sistemático de líderes sociales en Colombia.
A la
Masacre
de las Bananeras, el asesinato de Jorge Leicer Gaitán, los desplazamientos y
muertes de La Violencia o la Operación Marquetalia, debe sumarse, entre otros, el
asesinato del candidato a presidente Luis Carlos Galán en 1989 o el exterminio durante
esa década de la Unión Patriótica el partido surgido
del acuerdo de paz con la guerrilla, a quien las fuerzas paramilitares
asesinaron más de 4.000 dirigentes, incluyendo su principal líder, Carlos
Pizarro, y dos candidatos a presidentes, 8
congresistas, 13 diputados, 70 concejales y 11 alcaldes.
El gobierno
de Álvaro Uribe Velez ha dejado un tendal de 30 millones de pobres, 9 millones
de indigentes, 4,9 millones de desplazados, 250.000 desaparecidos, 3.000 falsos
positivos y 600 sindicalistas asesinados desde el 2002. “Falsos positivos” es
la forma en que la prensa llama actualmente a sindicalización falsa como
guerrilleros por parte del gobierno de campesinos, indígenas, jóvenes de los
barrios marginales, intelectuales y dirigentes sociales. Entre los más
renombrados está el caso de Miguel Ángel Beltrán, sociólogo y profesor de la Universidad Nacional, deportado de México por supuestas
vinculaciones con las FARC. A casi dos años de su secuestro, aún sin pruebas en
su contra, el catedrático, cuyo único acto de “terrorismo” han sido, hasta el
momento, sus trabajos académicos criticando el plan de Seguridad Democrática de
Uribe, sigue preso.
A pesar de
ello, y de las fosas comunes que día a día se suman al recuento de las masacres
sobre los pueblos originarios perpetuadas por los grupos paramilitares en
vinculación con el gobierno Colombiano y de los Estados Unidos, son muchos los
movimientos que hoy siguen abogando por una vía pacífica en Colombia.
¿Habría
podido sobrevivir Camilo Torres a esta realidad?¿Hubiera sido válida su opción
política? ¿Cuál era el papel que debía desempeñar este joven de cuna de oro con
vocación social? “¿La vida de Camilo
si no se hubiera metido a la guerrilla? Muy hipotética la pregunta, por
supuesto. Camilo habría organizado un movimiento político de largo aliento, tal
vez; un movimiento frustrado finalmente, como tantos que han aparecido en
Colombia a lo largo de las últimas décadas. Incluso podría haber sido eliminado
por la vía de la masacre generalizada, el genocidio, como fue el caso de la Unión Patriótica. Aquí la élite, la oligarquía colombiana, no
permite que ninguna oposición real prospere. Camilo podría haber servido en el
congreso de la república, como senador o representante. En cualquier caso, su
vida habría terminado en una frustración, creo yo”, opina Broderick.
Calle 80. Tres jóvenes esperan
impacientes debajo de un árbol. Frente a ellos un auto con matrícula de
Santander mantiene el motor prendido. Un hombre se acerca caminando rápidamente
entre la lluvia, se aproxima al coche, abre la puerta y tira un maletín sobre
el asiento trasero. Es la señal, Camilo abraza a Jaime y Guitemie, y les pide
que por favor cuiden de su madre. Apura el paso y sube al coche. No lleva
mucho, su pipa, un poco de tabaco y una pequeña edición de la
Biblia. El viaje es largo y trata de dormir. No lo logra. Finalmente ha recibido
la orden de unirse a la guerrilla. Desde hace meses ha estado en contacto con
ellos.
“El pueblo no cree en las elecciones. El pueblo sabe que las vías
legales están agotadas. El pueblo sabe que no queda sino la vía armada [...]Yo
quiero decirle al pueblo que este es el momento. Que no los he traicionado. Que
he recorrido las plazas de los pueblos y ciudades clamando por la unidad y la
organización de la clase popular para la toma del poder. Que he pedido que nos
entreguemos por estos objetivos hasta la muerte…”(12)
La proclama
sale en El Tiempo y todos los principales diarios del país con una foto de
Camilo junto a los líderes del ELN, Fabio Vásquez Castaño y Víctor Medina
Morón.
Sin su
presencia el Frente Unido se desbanda. El gobierno envía al coronel Valencia
Tobar a la zona de conflicto para atraparlo. Quizás junto a él, alguno de los
soldados a los que Camilo brindaba capacitación en la selva. Su imagen ligada a
la del grupo guerrillero es muy peligrosa. Su lugar en el frente de batalla
también. Sin embargo Castaño no puede convencer al cura. No hay forma de
explicarle que no es prudente que los acompañe en aquella operación. Camilo ya
ha recibido el entrenamiento, ha compartido almuerzo y chistes con los
compañeros, le han dicho que la única forma de conseguir su fúsil es robárselo
al enemigo, se niega a recibir ningún trato diferenciado. Son las reglas del
grupo, esgrime. Son las reglas de la sociedad igualitaria por la que están
dispuestos a dar la vida, dice. Y Castaño acepta su posición.
Aquella
mañana, en el fragor de la batalla, cuando extiende su mano para tomar su
fúsil, Camilo Torres recibe una metralla de balas. Un par de compañeros
intentan rescatarlo. Es inútil, también pierden la vida. El comando se retira.
La operación ha fracasado.
En el suelo
yace el cuerpo sin vida de Camilo Torres, el cura guerrillero.
1 “Camilo
Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
2 “Conversaciones
con un sacerdote colombiano”, Rafael Maldonado Piedrahita, en “Camilo Torres,
Cristianismo y revolución”.
3 “Camilo
Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
4 “Camilo
Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
5 “Camilo
Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
6 “La
desintegración social en Colombia, se están gestando dos Subculturas”, Camilo
Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
7
“Manifiesto de Simacota”, ELN, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
8 “Camilo
Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
9
“Plataforma del Frente Unidos del pueblo colombiano”, Camilo Torres, en “Camilo
Torres, Cristianismo y revolución”.
10 “Solo
mediante la revolución puede realizarse el amor al prójimo”, reportaje de Jean
Pierre Sergent a Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
11 “Discurso
en la
Universidad Nacional”, Mayo 22 de 1965, Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y
revolución”.
12
“Proclama a los Colombianos”, Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y
revolución”.
RECUADRO: Entrevista Joe Broderick.
Apenas llegado a Colombia,
el ex cura autraliano-irlandés Joe Broderick recibió el encargo de escribir una
biografía sobre Camilo Torres. Su libro “El Cura Guerrillero”. sigue siendo uno
de los materiales esenciales a la hora de entender la vida de este líder social
que inspiró la Teología de la Liberación.
Con más de medio
siglo en América Latina y cuarenta años en Colombia, el autor también ha
indagado en “El Guerrillero Invisible” la vida del Peréz, también miembro del
ELN. Actualmente, además de sus libros, forma parte de la organización Indepaz,
con un amplio trabajo en zonas en conflicto.
En el prólogo y durante tu libro hablas del
impacto que tuvo en Colombia y el mundo, la historia de ese cura idealista que
finalmente decidió que la única forma de ayudar a su pueblo era unirse a la
guerrilla. ¿Cómo se mira hoy ese personaje?
Mi impresión es que la
gran mayoría de la población joven no tiene ninguna idea de quién es o era
Camilo Torres Restrepo. Ni tampoco ningún interés. Si yo pregunto (como he
preguntado a veces) a un hombre o mujer profesional, o a alguien medianamente
ilustrado que ejerce un oficio más o menos de buena categoría, y que esté entre
los 30 y 40 años de edad, qué es lo que saben de Camilo Torres, casi siempre
piensan que me estoy refiriendo al prócer Camilo Torres Tenorio, un personaje
de la historia de la Independencia de Colombia a comienzos del siglo XIX, un criollo
que fue fusilado por los españoles, convirtiéndose así en un héroe de la República.
Sin embargo, y al
contrario a lo que acabo de decir, debo reconocer que hay grupos de personas
(siempre una minoría) que conservan un recuerdo de Camilo y su época y del
movimiento Frente Unido, y muchas veces sus hijos (ahora sus nietos, tal vez)
heredan un conocimiento y un interés por Camilo. Y en la Universidad Nacional en Bogotá (y en otras universidades públicas en
diversas ciudades) también se conserva la memoria de Camilo y su ven pancartas
y dibujos murales con consignas de Camilo. Hay también aficionados al ELN (tal
vez militantes) que irrumpen de vez en cuando en audiencias públicas,
disfrazados con máscaras o pasamontañas, para echar una arenga beligerante. Es
parte del folklore del mundo estudiantil.
Durante años, cuando se
acercaba la fecha 15 de febrero, día de la muerte en combate de Camilo,
miembros de diferentes organizaciones políticas de izquierda me buscaban para
invitarme a dictar una charla sobre Camilo. Nunca faltaba, por supuesto, una
conferencia en la Universidad Nacional. Pero hace como 15 años, Camilo murió de verdad;
es decir, ya no me llegaban invitaciones para hablar en ninguna parte. La
memoria del héroe se había disminuido tanto que la fecha de su sacrificio no
motivaba ni siquiera una tira de piedras por parte de los alumnos de la
sociología. Sin embargo, para mi sorpresa, el año pasado Camilo resucitó. Unos
muchachos primíparos de sociología me llamaron a pedirme una conferencia y
reunieron una buena cantidad de jóvenes entusiastas en un salón dentro de la
universidad para oírme hablar la noche del 15 de febrero, a mí y a una mujer
socióloga que había sido alumna de Camilo, además del actual cura capellán de
estudiantes. En un momento, un joven me dirigió la pregunta inevitable: si
Camilo estuviera vivo y joven ahora, en este momento, en esta coyuntura del
país, ¿qué camino, qué decisión, habría tomado? No vacilé en responder.
Palabras más, palabras menos, dije lo siguiente: “Dado que la situación del
país, en cuanto a la pobreza y la indigencia de tantos colombianos, que es
mucho peor de lo que Camilo conoció en su época, y frente a los abusos,
masacres y desapariciones forzadas perpetradas por agentes del estado, y que se
cuentan por miles, etc. etc., y conociendo la impetuosidad de Camilo Torres, su
enorme impaciencia, su incapacidad de tolerar tanta injusticia, me imagino que
habría hecho lo mismo que hizo hace ya más de cuatro décadas: habría tomado un
fusil y se habría metido al monte para pelear contra los verdugos de su
pueblo”. En el fondo, siempre sentí que lo que le importaba a Camilo era la
entrega, la fidelidad a sus convicciones hasta las últimas consecuencias,
incluso hasta la muerte. Es una actitud muy cristiana. El Cura Pérez es un
extraordinario ejemplo de esa habilidad de seguir ciegamente el camino de sus
más hondas convicciones, contra viento y marea, aun a sabiendas de que no están
produciendo el efecto que se quería.
Si bien el Cura Perez tuvo como inspiración la
figura de Camilo Torres, al revés que Torres, Perez tuvo una vida
política más desapercibida y una trayectoria mas larga en la guerrilla llegando
a puestos de dirigencia y muriendo de forma natural. ¿Hay un paralelo entre
ambas historias? ¿Que influencia tuvieron ambos personajes en las futuras
generaciones de curas o cristianos y su relación con la guerrilla y
especialmente el ELN? ¿Como es hoy la situación del ELN a ese respecto?
Obviamente hay mucho
paralelismo entre la vida de Camilo y la de Manuel Pérez. El cura aragonés
reconstruyó al ELN en gran parte con el entusiasmo de jóvenes de inspiración
cristiana que tuvieron por modelo a Camilo como mártir por la causa de la
revolución. Hasta que punto esa influencia haya perdurado hasta el día de hoy,
no es fácil calcular. Sospecho que existe (tal vez existirá siempre) una
iglesia clandestina, más cercana a las enseñanzas evangélicas, que estará
también cerca de las ideas de la izquierda. Pero esa iglesia (que algunos han
llamado “la iglesia de los pobres”) es por definición subterránea. Casi diría
que es una iglesia de las catacumbas. Por lo tanto, no es posible retratarla
bien en un momento determinado. Lo cierto es que la actual situación de
Colombia – la toma del poder por parte de los narco-paramilitares, es decir,
por la mafia – es un hecho contundente que ha producido un ambiente de
desesperación y una sensación de impotencia. Los grupos armados revolucionarios
(o mejor dicho, el grupo numéricamente y históricamente significativo, las
FARC) parecen operar muy al margen de la realidad cotidiana de la política. No
influyen en las decisiones que definen la suerte real del país. Frente a la
inevitable continuación del régimen Uribe con otro nombre (Santos), el momento
que vive Colombia es especialmente deprimente. La izquierda legal, encabezado
por el brillante candidato Gustavo Petro, hizo una buena campaña para las
elecciones presidenciales, pero estaba (está) lejos de amenazar el poder
establecido. Y aun como oposición, su posición tiene poca fuerza en el Congreso
– y en la calle.
Teniendo en cuenta que la represión de los grupos
sociales y movimientos políticos han continuado en Colombia ¿Se ha vuelto hoy
más valida que nunca la opción de Camilo Torres por la lucha armada?
En términos generales,
parece que la opción por la lucha armada está descartada (hasta desprestigiada)
como posible solución viable a los problemas del país. El gobierno de Uribe ha
orquestado un rechazo total a las FARC por parte de la gran mayoría de la
población. Cada vez más los medios de comunicación están al servicio de una
caricatura de los miembros de las FARC, aprovechando hábilmente los errores de
esa organización político-militar para desprestigiarla aún más. En cuanto al
ELN, después de largos y lánguidos debates con el gobierno en busca de un
arreglo político – conversaciones que no han dado ningún fruto hasta el
momento, y que parecen estar suspendidas indefinidamente –se ha vuelto
irrelevante en la escena política colombiana. Sus acciones militares son
infrecuentes, esporádicas y de poca monta. El relativo auge político que tuvo
ese grupo en los últimos años de la década de los ochenta no fue aprovechado en
su momento, se disipó, y ahora el movimiento ha quedado en el andén de la
historia. Esa, al menos, es mi percepción. Y la de muchos. El ELN parece
sobrevivir ahora gracias a cierto apoyo del gobierno de Chávez y, en lo
militar, solamente en la medida en que está dispuesto a dejar a un lado sus
viejos antagonismos con las FARC y participar en acciones conjuntas. Las FARC,
a pesar de los muchos y duros golpes que han sufrido, no han dejado de ser una
fuerza importante en el país. El legado del viejo Marulanda no se borra
fácilmente. En cambio el legado de Camilo me parece mucho más tenue, más
difícil de traducir en términos políticos prácticos.
A este respecto es muy difundida en el mundo la
visión de Colombia como país de narcotraficantes y guerrilleros, y sobre todo
de la guerrilla asociada al narcotráfico. Esta visión impide muchas veces ver
más allá a la hora de analizar circunstancias económicas y geoestratégicas,
como la grave situación humanitaria de Colombia tras el gobierno de Uribe y el
aprovechamiento de la violencia para el usufructo de los recursos
naturales por parte de empresas multinacionales. ¿Casos tan claros como el de
Camilo Torres ayudan a despejar esta situación?
Para contestar la pregunta:
sería magnífico que casos como el de Camilo Torres (si es que se pueda hablar
de “casos”, y no de un fenómeno bastante insólito y nunca repetido, ni
repetible) fueran a ayudar a despejar (mejor, iluminar) la desastrosa situación
de entrega del país que estamos viendo ahora. Lo malo es que la magnitud y la
total inmoralidad de las actuaciones del gobierno de Uribe – régimen que se
promete prolongarse en el tiempo indefinidamente, gracias a la elección de su
“ungido” Juan Manuel Santos, y probablemente con el retorno más tarde del
propio Uribe, u otro de sus preferidos – la magnitud, digo, de la porquería es
evidente a todas luces, es visible ante los ojos de todos los colombianos y
sigue a la vista del mundo entero. No se necesita la presencia de un hombre
honesto y carismático para destapar esta olla podrida. Se ha levantado la tapa
y se siente el hedor. Pero el pueblo ignorante, embrutecido por los medios que
este régimen ha sabido manipular como ninguno, ese pueblo aplaude y seguramente
seguirá aplaudiendo y eligiendo a sus verdugos.
RECUADRO: Entrevista Francois Houtart.
Llamado por algunos “el papa
alternativo”, el cura belga Francois Houtart es fundador del Centro
Intercontinental y el Foro Social Mundial. También ha participado del Tribunal
Permanente de los Pueblos en su sesión Colombia y es miembro de la Comisión de la Verdad establecida por la Resistencia en Honduras Además, Houtart fue profesor de Camilo Torres en la Universidad Católica de
Lovaina.
¿Como fue
que conoció a Camilo Torres? ¿Cual era su perfil en ese entonces?¿Como fue
cambiando su visiòn a través del contacto contigo y otros intelectuales
cristianos en Lovaina, ademàs de sus experiencias en otros lados de Europa?
Lo conocí
cuando era todavía seminarista en Bogota en 1953. Él me pidió acompañarlo en un
grupo de seminaristas que se interesaban en problemas sociales. Cuado vi su
interés por esta materia, le propuso venir a Lovaina para hacer la
sociología. Su posición original fue la
Doctrina social de la Iglesia que condena los abusos del
capitalismo pero no su lógica y que analiza la sociedad en términos de estratos
y no de clases sociales. De esta manera, el bien común es el
resultado de la colaboración entre todos, sin ver las contradicciones que
se deben resolverse antes de llegar a este resultado. Regresando a Colombia, se
dio cuenta de esta contradicción y por eso adoptó el análisis marxista.
¿Como
ve la evolución de Camilo hacia una posición cada vez más radical y su decisión
de unirse a la guerrilla?
Su elección
de la guerrilla no es una cosa de principios, sino en, su visión, la única vía
posible frente a la situación de Colombia. Los últimos días antes de
partir a la guerrilla, el no podía dormir dos noches en el mismo lugar por
amenazas de muerte. De verdad su muerte ha dado una dimensión universal a su
compromiso, pero todavía pienso que un Camilo vivo habría sido mejor.
c) ¿Como se
puede reanalizar hoy esa posiciòn luego de masacres colectivas como las de la Unión Patriótica y la crisis
humanitaria de desplazamiento, amenazas y falsos positivos del gobierno de
Uribe?El rechazo a todo cambio de parte de las clases dominantes y la complicidad de todos los regimenes políticos con eso, sin hablar del recurso permanente a la violencia más abyecta, hace evidentemente pensar en las soluciones reales. Se entiende que hubo momentos en los cuaes la lucha armada parecía una opción viable. Hoy día no es el caso, porque no hay ninguna posibilidad de éxito. Con el apoyo de fuerzas internacionales y de movimientos sociales internos se debe buscar la vía política, garantizando la no-repetición del pasado.
¿Se idealiza mucho los sesentas, setentas y personajes como Camilo Torres o el Che Guevara capaces de llevar sus ideales hasta las ultimas consecuencias? ¿Existe hoy esos personajes? ¿Son utiles? ¿Como han cambiado hoy los procesos y los personajes revolucionarios?
Es evidente
que cada época tiene sus personajes, según las circunstancias del tiempo;
personas como Hugo Chávez y Evo Morales son ahora los personajes emblemáticos
de los procesos de cambio. La diferencia es que antes se hablaba de una
revolución completa y hoy de procesos revolucionarios. Las concepciones
evolucionan en función de las posibilidades del tiempo. Lo importante es que
los objetivos continúan en una vía radical y no en una simple regulación
social-demócrata del sistema actual (el capitalismo). Los proyectos actuales se
realizan con procesos electorales, lo que es más complicado, pero también
tiene ventajas.
Hoy en día
es difícil encuadrar a un personaje como Camilo Torres dentro del cristianismo.
¿Que es lo que ha pasado históricamente con ese movimiento social de la Teología de la Liberación? ¿Hay opciones
de reflexión sobre la actual crisis humanitaria, ecológica y de consumo del
neoliberalismo dentro de la Iglesia o han tenido que
acomodarse en otros lugares?
La Teología de la Liberación hoy ha tenido que
adaptarse a nuevas circunstancias. Los campos de trabajo son más numerosos:
teología feminista de la liberacion, teología de los pueblos indígenas, teología
de la pluralidad religiosa, teología de la ecología, etc. A veces se ha perdido
el enfoque original de un análisis de la situación de los oprimidos. Sin
embargo, con la crisis actual, que no es solamente coyuntural, sino una crisis
del sistema capitalista, es más necesario que nunca regresar al enfoque
original, analizando la crisis en función de la lógica del capitalismo, al
origen de esta real crisis de la civilización. Por eso el análisis de Camilo es
actual, aun cuando las circunstancias concretas han cambiado.
¿Como ve
los procesos revolucionarios en America Latina y el mundo?
La nueva
situación latinoamericana ha permitido empezar cambios profundos con la
via democrática. Si fracasan, el peligro es el retorno a la violencia, lo que
como se sabe, tiene poca posibilidad de un resultado positivo y que por esta
razón no tiene real legitimidad.
¿Recuerda
alguna anécdota sobre Camilo Torres que refleje su carácter?
Durante el
Congreso Latinoamericano de Sociología en Bogota en 1963, Camilo fue uno de los
organizadores. El tenía una ponencia general. Centenares de personas lo
esperaban. Nunca vino. Es probable que hubo un evento que para el tenía más
importancia: salvar a una persona, contactos con movimientos de base. Camilo
era muy atento a esta dimensión de la realidad, más que a las formalidades
oficiales.
RECUADRO:
Opinión: Camilo Torres. Amor en revolución
Entre
los aportes más significativos de Camilo Torres a la experiencia emancipatoria
latinoamericana, se encuentra su manera de interpretar al cristianismo como una
opción por los pobres, que sólo puede realizarse “en revolución”.
No
se trata sólo del hecho subjetivo producido con la incorporación de un
sacerdote a una fuerza guerrillera –gesto que en sí mismo conmovió a muchas
conciencias cristianas e incluso no cristianas, adquiriendo dimensiones míticas
en el alma de los pueblos-, sino de la decisión de hacerlo uniendo al mismo
tiempo ideas, fe, y actos.
El
sociólogo Camilo, el padre Camilo, el guerrillero Camilo… Camilo Torres el
compañero.
El
Camilo que encontró en su visión del socialismo, el proyecto de una nueva
sociedad en la que pudiera recrearse libremente una moral no domesticada,
transformadora y rebelde.
Hoy
no podemos pensar en Camilo, sin mirar la agobiante situación que se vive día a
día en su Colombia, donde se ha establecido un verdadero terrorismo de Estado
con fachada electoral, obligando a miles de militantes populares a refugiarse
en la clandestinidad o en la lucha armada, como mecanismos de autodefensa.
La
estigmatización de las guerrillas que se realiza desde las usinas ideológicas
del poder, no toma en cuenta que éstas han sido la última opción para miles de
colombianos y colombianas, cuando todos los caminos políticos se cerraban. Que
también han sido la primera opción para colectivos revolucionarios que
analizaban el cierre de caminos en la experiencia popular colombiana, debido a
la hostilidad y el salvajismo de las fuerzas oligárquicas.
Construir
un camino para la paz, significa el reconocimiento de las razones históricas de
éstas insurgencias, en las injusticias que vulneran a la población hace ya
muchas décadas. Y requiere avanzar desde ese reconocimiento, hacia un proyecto
que desaloje del poder a las oligarquías sostenidas por el imperialismo, por
sus bases militares, sus marines, su Plan Colombia. Un proyecto a construir, en
el que puedan incluirse quienes han venido resistiendo en las más variadas
formas de lucha, incluida la lucha armada, las políticas que convirtieron a ese
país en una colonia gringa, al servicio de las transnacionales de la economía y
del crimen.
Crear
condiciones para una paz con justicia, para una paz con dignidad, implica
recuperar el legado de Camilo Torres y de todos los hombres y mujeres que han
dado su vida por una América Latina libre.
Estamos
necesitadas y necesitados de responder al llamado de Camilo Torres a la unidad
de las fuerzas revolucionarias, al encuentro entre cristianos y marxistas, a la
creación de un frente unido, en estos tiempos en que el continente está
desafiado de llevar a la práctica un proyecto bolivariano, popular,
antiimperialista, antipatriarcal, anticolonial, que supere la estrechez de las
fronteras impuestas en el ordenamiento del capitalismo, y también a poner en
actos la decisión de superar las fronteras creadas entre una y otra fuerza que
se autoproclaman como revolucionarias.
El
legado de Camilo es una invitación a consagrar en nuestros actos cotidianos, lo
que él llamó un “amor eficaz”. No se trata de repetir consignas, ni siquiera de
creer que las respuestas que él encontró tienen la misma validez en este
tiempo. Pero sí la convicción de que no hay amor eficaz sin esa unión de
palabras y actos, de extrema coherencia y entrega, de humildad y coraje, que no
desprecia ninguna posibilidad de actuar, si se trata de crear un mundo más
humano. Un amor en revolución.
Claudia
Korol, Secretaria de Redacción de América Libre y Coordinadora
del equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía.
Comentarios
CONVOCATORIA A LA INTELECTUALIDAD COLOMBIANA, en:
http://www.monografias.com/trabajos101/convocatoria-intelectualidad-colombiana/convocatoria-intelectualidad-colombiana.shtml